miércoles, 9 de enero de 2008

Superstición desmentida


“NUNCA PASA NADA EN VERANO” (I)


Obviamente, cuando comenzó a circular esta conseja en tiempo de “malestares”, “planteos” u otros “fragotes” cívicomilitares a mediados del siglo XX “problemático y febril”, no se tuvo en cuenta al marxismo. Se habían olvidado ya de la vandálica y cruenta “Semana Trágica” de enero de 1919 —lanzada por “ácratas” y “maximalistas” de apellidos impronunciables contra el gobierno radical y represor del “Peludo”— o los sistemáticos asesinatos de nacionalistas por sicarios del Partido Comunista —integrantes de la “Unión Democrática” engendrada por Mr. Braden, los infaltables radicales y los hermanitos Ghioldi (el socialista “Norteamérico” y los cipayos de Moscú)— durante el verano de 1945/46.

Y ya en las recientes décadas, tres de los mayores ataques a cuarteles tuvieron lugar en la otrora apacible temporada estival: el de Azul (19/1/1974), el de Monte Chingolo (23/12/1975) y el último (por ahora) en La Tablada (23-24/1/1989), todos bajo gobiernos constitucionales sin mácula castrense alguna. Los dos primeros fueron perpetrados por el ERP, así como el más reciente lo fue por sus continuadores del aluvional “MTP”.

Repasando datos

Nada hace presagiar que pueda mejorar la sesgada amnesia mediática —selectivamente mantenedora de una “memoria” parcial— cuando a fines del 2008 se cumplan 33 años del ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601, perpetrado en la víspera de Nochebuena de 1975. Mientras la historia militar registra ciertos enfrentamientos armados con el correcto nombre de combates rurales o urbanos, dos de ellos —el recién citado y el de Formosa— alcanzaron la magnitud de batallas, tanto por la extensión abarcada por sus combates secundarios como por la calidad y diversidad de elementos empeñados (interbandas en el primero de los casos) y aéreos, terrestres y fluviales en el segundo. No obstante su gran repercusión inocultable, ésta pronto fue olvidada —inclusive la del Combate de La Tablada, televisado en directo a lo largo de sus dos días con imágenes y sonidos que reportarían jugoso “rating” si algún canal las volviera a emitir— mientras cables locales y foráneos nos prodigan documentales sobre Fidel, el “Che” y sus secuaces.

La batalla de Monte Chingolo

La batalla de Monte Chingolo —si bien se centró en los depósitos de arsenales de esa localidad, que el “PRT-ERP” se proponía saquear, y en una “villa” aledaña donde los derrotados buscaron mimetizarse— abarcó desde el Riachuelo hasta Gonnet, desde el límite de la Capital Federal a los suburbios de La Plata distantes unos 70 km. entre sí, con cruentos ataques a comisarías e instalaciones militares. Se entablaron combates más o menos sostenidos en los capitalinos puentes Pueyrredón, Bosch, Victorino de la Plaza, Uriburu y de la Noria, cortando el Camino de Cintura en el Puente 12 sobre el Río de la Matanza, así como los cruces importantes en Avellaneda, Quilmes y Lomas de Zamora, el Camino Gral. Belgrano y el tráfico ferroviario en la barrera de Pasco, atacando cuarteles en City Bell y en Arana, la Unidad Regional Nº 2 de la Policía Bonaerense en Lanús, entre otras.

En uno de los combates secundarios perdimos al valiente Tte. 1º José Luis Spinassi, caído al frente de sus hombres cuando atacaba una posición enemiga en el puente sobre el Arroyo de las Piedras. Al admirable “Mono” Spinassi —condecorado postmortem “Al Heroico Valor en Combate”— como a los demás Caídos por la Patria desagradecida en esa cruenta jornada, nadie les dedica avenidas (como a Azucena Villaflor) ni plazoletas (como al terrorista Rodolfo Walsh u Ortega Peña) ni “homenaje popular” alguno, salvo la piadosa recordación de un puñado de sus camaradas civiles y militares.

En varios de esos combates participaron —reconocidamente— integrantes de “Montoneros”, mientras el “PRT-ERP” lanzaba sus más fogueados secuaces contra su objetivo central. El 23/12/1975 una columna de vehículos encabezada por un camión pesado embistió el portón de acceso a los depósitos de arsenales dejando malherido al centinela, táctica que repetirían exactamente sus continuadores al atacar La Tablada en otro “verano caliente”, el de 1989. A diferencia de éstos, que ultimaron al centinela (Roberto Tadeo Taddía, hermano de otro soldado caído en Malvinas), el herido en Monte Chingolo abrió fuego contra unos de los diez vehículos que intentaba embestir la antena de la radio, desviándolo e interrumpiendo su avance al tirar en ráfaga sobre el conductor.

En el Boletín Público Militar “Nuestras Operaciones”, Nº 43, págs. 4/8, así como en “Guerra de Guerrillas”, fascículo 16, págs. 241/249 —textos casi desconocidos e inhallables, porque no fueron reeditados por el Estados (con dinero nuestro) una cincuentena de veces como el “Nunca Más”— se narran en detalle las acciones heroicas que fundamentaron las condecoraciones (varias postmortem) de quienes impidieron el copamiento y saqueo de las muy extensas instalaciones, poniendo en fuga a los diezmados atacantes. Por ejemplo, un soldado —Carlos Eduardo Niessi— salvó la vida del operador de radio derribando y ultimando a golpes de martillo al terrorista que ya había asesinado a otro conscripto, Roberto Caballero. Un sargento ayudante —Roque Carmelo Cisterna— murió heroicamente tras poner fuera de combate a dos vehículos enemigos y sus dotaciones. Otro sargento ayudante defendió la Guardia durante dos horas y media, resistiendo entre sus ruinas hasta que fue rescatado. Quienes defendieron ese pequeño Alcázar derruido por no aceptar replegarse ni —mucho menos— rendirse, tenían con ellos a otro conscripto que estaba preso por desertor (volvió tarde de un franco) que reclamó un arma y un puesto de lucha y se ganó una condecoración al arrastrarse más de un centenar de metros al descubierto bajo intenso fuego, logrando recuperar la llave de un depósito de municiones de la Guardia cuya puerta no lograban forzar los defensores. Luego de incendiar esa Guardia, los atacantes se lanzaron al ataque, siendo rechazados por el sargento ayudante y sus soldados (“desertor” heroico incluido) en lucha cuerpo a cuerpo.

Similar heroísmo evidenciaron los defensores de la Compañía de Servicio —un cabo y sus soldados— que rechazaron los ataques de seis grupos motorizados distintos; los de la Compañía de Seguridad —un sargento ayudante, un cabo 1º, seis soldados y un enfermero—, y quienes contuvieron y batieron el abanico de vehículos desplegado al irrumpir el jefe de la Unidad, dos oficiales y un suboficial. Otra columna motorizada de los terroristas atacó por el fondo, siendo rechazada por la escasa dotación del Puesto “Galpones” con la pérdida casi total de vehículos y tripulantes. Todos los combates en el amplio terreno del cuartel fueron librados por el personal del mismo exclusivamente, durante más de dos horas —contra lo que sostienen historiadores enemigos que aducen “una encerrona”— hasta que llegada la noche comenzaron a arribar —venciendo en combates subsidiarios— fuerzas de Ejército, Gendarmería, policías (Federal y Bonaerense), del Batallón 3 de Infantería de Marina (del cual murió el conscripto naval Enrique Grimaldi) e inclusive cuatro máquinas de la Fuerza Aérea. A los caídos ya mencionados hay que agregar al capitán Luis María Petruzzi y a los soldados Benito Manuel Ruffolo y Raúl Fernando Sessa, así como a los numerosos heridos igualmente merecedores del reconocimiento de una comunidad ¿nacional? desmemoriada o ingrata. Pese a la insistente convocatoria a los deudos de los atacantes abatidos para reconocer y retirar los cadáveres, casi nadie acudió, por lo cual pasaron a engrosar la lista de “desaparecidos”… Constante que hoy se ha olvidado deliberadamente.

Otros crímenes

Como último botón de muestra entre los muchos igualmente memorables, la noche del 4/1/1977 en una esquina de San Justo se hallaba el soldado Guillermo Félix Dimitri para desviar el tránsito debido a una operación que tenía lugar en la zona. Una pareja de marxistas “montoneros” desembocó allí en un coche y, sin dudarlo, ametralló al conscripto, quien al caer para siempre logró tirar en ráfaga y herir a sus asesinos, quienes huyeron a gran velocidad. Las publicaciones “montoneras” de esa época al igual que el tercer tomo de “La Voluntad” informaron que la terrorista agonizó varios días y era la célebre adolescente Ana María González, asesina del Gral. Cardozo, padre de una amiga.

Adolfo Muschietti Molina

Nota: Este artículo fue publicado en la Revista “Cabildo” Nº 5, año I, tercera época, correspondiente a los meses de febrero y marzo de 2000.

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