lunes, 31 de marzo de 2008

En la semana del 2 de Abril (III)

Glorioso Capitán de Fragata Don Pedro E. Giachino
Muerto en combate el 2 de abril de 1982
condecorado post-mortem con la cruz
“al heroico valor en combate”



CENTINELAS Y

ADELANTADOS

En un 2 de abril, hace 23 años, en una semana de Cuaresma, anterior a Semana Santa, como ésta, próxima al Domingo de Ramos, en entrada triunfal, Usted, Señor Capitán de Fragata de Infantería de Marina, Don Pedro Edgardo Giachino, inmolaba su vida en defensa de su Patria. Su tumba, Capitán, es la turba. Su lápida, el viento, la nieve, el hielo, ese cielo plomizo y ese ruido del mar. Su sangre, Capitán, tomó posesión soberana de nuestra tierra malvinera, en la entrega sublime, empapó las entrañas de esta tierra y explotó en estas cruces, que como en un nuevo Gólgota ofrecen al mundo sus brazos desnudos, abierto en silenciosa espera.

Bajo esas cruces, en las profundidades, en constante urdimbre, los huesos, los tendones, las venas de esos cuerpos viriles, junto al heroísmo y al orgullo de ustedes, señores soldados de Malvinas, amasaron esta roca, en la cual, con cincel de fuego, estamparon los 649 nombres que recuerdan la gloria que conquistaron. Este monumento, es un canto a los que nunca mueren, como ustedes, Señores de Malvinas.

En este monumento, se unen el clamor que surge desde el fondo del mar, el de las víctimas del hundimiento del Crucero A.R.A. General Belgrano. Se unen el rugido de los motores, atravesando las nubes espesas, piloteado por manos, mentes y nervios de valietes. Se unen sus gritos en los pozos, en un “sapucay” unánime y triunfal. Se unen las secretas vivencias de los veteranos, que en sus noches sin sueño recorren esta geografía. Se unen los rezos de sus esposas, de sus hijos, de sus padres, entrelazados en lágrimas de orgullo y honor. Se unen los fervores de los argentinos bien nacidos, se unen la justicia, la verdad, la esperanza. Pero, por sobre todo, se une la protección de María de Luján sobre ustedes, Señores de Malvinas, sobre nosotros, humildes compatriotas, sobre la belleza de esta tierra arisca y dura, impenetrable en su misterio, cautelosa y esquiva, que por ustedes fecundada, es más nuestra todavía.

Señor Capitán, quede en su vigilia y en la de estos Señores de Malvinas, lo gloria de nuestra Patria Argentina. Señores de Malvinas, ¡feliz resurrección en esta Pascua del Señor!
María Delicia Rearte de Giachino

Nota: La Señora madre del Capitán Giachino pudo llegar hasta nuestras Islas Malvinas, y participar allí de la inauguración del monumento que recuerda a los gloriosos caídos. Lo que reproducimos es el texto de la sentida oración fúnebre que pronunciara en tan solemne ocasión, en Darwin, el día 15 de marzo de 2005.

domingo, 30 de marzo de 2008

En la semana del 2 de Abril (II)

MALVINAS,
VALORES Y DOBLEZ

El Padre Castellani decía, citando a Aristóteles, que en toda guerra se podían encontrar dos raíces: una económica, causa material, y otra teológica, causa formal, y refiere que en la de Troya el rapto de Elena fue sólo la ocasión, que la realidad fue que ese puerto asiático, mercantilista y de una religión opuesta a la griega, presionaba a estas comunidades. Homero divide a los dioses de ambos contendientes, colocando a Venus, Mercurio y Neptuno de parte del emporio comerciante y navegante, y de parte de los griegos a Atenea, diosa del saber, Febo, de la poesía, y Ares, del valor militar.

Nada en la epopeya de Malvinas parece contradecir estos dichos, que pudieran ser considerados por algunos como superados por antiguos. Diremos, saltando muchas etapas, que en 1877, Sir Cecil Rhodes, fundador de Rodesia y del emporio de oro y diamantes de Sudáfrica bajo la égida de Anglo-American (actualmente ocupados en extraer nuestro oro de Santa Cruz, Mina Cerro Vanguardia, empresa controlada por la banca inversora Oppenheimer, con un rinde aproximado de 10 gramos de oro por tonelada, rendimiento actual en Sudáfrica, 4,5 gramos por tonelada) y De Beers, estableció en su testamento el legado de su fortuna como un fondo de y para el establecimiento de una sociedad secreta que restableciera el poderío del Imperio Británico, con la ocupación de extensas zonas del planeta con súbditos británicos, entre ellas toda la América del Sur, y la recuperación final de los Estados Unidos como parte integral del imperio. Esta Sociedad Secreta nació el 30 de mayo de 1919 en Versailles, fundada por su administrador, Lord Alfred Milner, conjuntamente con Rudyard Kipling y resultó ser el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Royal Institute of International Affairs, RIIA, Chatam House, St. James Square, Londres), y domina directamente a todos los principales bancos de Gran Bretaña, a la British Petroleum y la Royal Dutch Shell.

En 1921 se fundó su subsidiaria, el Consejo de Relaciones Internacionales (Council of Foreign Relations, CFR), uno de cuyos fundadores fue John Foster Dulles, luego Secretario de Estado de Estados Unidos, amigo íntimo de Rockefeller. En su revista oficial, Foreing Affairs, escribió, en abril de 1974, Richard Gardner, miembro del gobierno de Jimmy Carter: “…de ese modo llegaremos a poner fin a las soberanías nacionales, corroyéndolas pedazo a pedazo”.

El 23 de octubre de 1973 se fundó la Comisión Trilateral, integrada por los mayores titulares de empresas industriales de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Entre sus miembros se contaban, en Inglaterra, en 1982, Margaret Thatcher y Lord Carrington, Ministro de Relaciones Exteriores; en el gobierno de Reagan, George Bush (padre), Vicepresidente, Alexander Haig, Secretario de Estado, William J. Casey, director de la CIA, David Rockefeller, Caspar Weimberger, Secretario de Defensa. Por Argentina: José A. Martínez de Hoz, apoderado del Chase Manhattan Bank, banco acreedor, quien se entrevistara cinco veces en Londres con Ted Rowlands, antes de la guerra.

El 11 de octubre de 1978 se funda el CARI: Consejo Argentino de Relaciones Internacionales, subsidiaria del CFR, aprobada por Expediente Nª 7271/61451 de la Inspección General de Personas Jurídicas. Firmaron el Acta fundacional, entre otros: Roberto Alemann (apoderado de bancos suizos y del complejo CIBA-Geigy y ministro de economía del Proceso), Juan Ramón Aguirre Lanari (ministro de Relaciones Exteriores del Proceso), José María Dagnino Pastore (ministro de economía del Proceso), Nicanor Costa Méndez (ministro de Relaciones Exteriores del Proceso, presidente de UNITAN, ex La Forestal, de capital británico y de la Cía. General de Combustibles, del cartel petrolero anglo-americano, encargado de las tratativas de paz con Alexander Haig), Fernando de la Rúa, Mariano Grondona y Lucio García del Solar. Las zanahorias siempre seguras con los conejos.

En 1978, el “Glomar Explorer”, buque científico de la CIA informó que existían, dentro del área de las 200 millas de Las Malvinas nueve veces más reservas de petróleo que en el Mar del Norte, y en el Informe Shakleton, de 450 páginas, al referirse a los alimentos de la región, se menciona que sólo con la pesca del romero azul, se equipara la totalidad de la pesca del Atlántico Norte y que se pueden obtener 75 millones de toneladas de krill anuales.

En 1980 la revista “Petróleo Internacional” de Tulsa, Oklahoma, manifiesta: “La Argentina es una de las tres regiones del mundo que más promete en el campo de la explotación petrolera, según un informe de la CIA”. Pienso que estos solos datos explican sobradamente la raíz económica de la guerra. Veamos.

El 8 de junio de 1989 asume la presidencia Carlos Menem, mediante una Facultad Extraordinaria del Congreso, en violación del Art. 29 de la Constitución Nacional y de la Ley de Acefalía. El 18 de agosto se dicta la Ley Nº 23.696, que se refería a los bienes patrimoniales de la Nación que habrían de ser enajenados a sectores privados. En septiembre la Reina recibió en audiencia especial y secreta al Senador Eduardo Menem, y en noviembre, en su discurso de apertura de la sesiones del Parlamento, se refirió al inmediato restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Argentina y de las ventajas económicas que se derivarían de ello para el comercio británico; el mismo mes llegó al país una misión comercial británica, presidida por Lord Montgomery, para ver las Empresas y Organismos Públicos que se ponían en venta.

El 15 de febrero de 1990 se firma en Madrid la “Declaración Conjunta de las Delegaciones de la Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”, suscripta —en un día— por Sir Crispin Tichelle, representante permanente del Reino Unido ante las Naciones Unidas, y Lucio García del Solar —como vimos— miembro del CARI. Esta Declaración constituye una virtual rendición incondicional a Gran Bretaña, en violación al Art. 67 de la Constitución Nacional, que establece en su inciso 19 que “corresponde con exclusividad al Congreso de la Nación aprobar o desechar tratados concluidos con otras naciones” y en el 20 “autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz”. Consecuencia de dicho tratado fue la Ley Nº 24.184 del 4 de noviembre de 1990, que ratifica el Convenio de Promoción y Protección de Inversiones, que garantiza toda inversión británica en Argentina, así como la repatriación de inversiones y ganancias. Como puede apreciarse, la guerra fue imprescindible —para Gran Bretaña— ya que sin ella no hubieran existido ni el Tratado de Paz ni la Ley Nº 24.184. La ocupación incruenta de las Islas también fue imprescindible, porque impidió la prescripción de nuestros derechos al cumplirse los 150 años de usurpación, y la posibilidad de que Gran Bretaña declarara la independencia de los kelpers, ya que en cualquiera de los dos casos hubiéramos perdido todo derecho a reclamo. Eso, sin mencionar el honor.

También en Malvinas encontramos la raíz teológica. Por el lado de los mercenarios británicos: Venus portuarias de senos al viento, Mercurio, objeto de adoración de los que los enviaron y el Neptuno que los transportó. La operación argentina se llamó Rosario, lo que lleva en sí implícito la Sabiduría, la Poesía y el Valor que nos trascienden. No voy a intentar honrar la Gesta ni a sus héroes, porque carezco del conocimiento del sabio y de la delicadeza del poeta necesarios para hacerlo como es debido. Creo que el mejor tributo que podemos rendir a los que tomaron la decisión, a aquellos que nos esperan en las Islas, a los que sobrellevan las cicatrices físicas o espirituales del combate, y, en fin, a todos los que pusieron o que quisieron poner todo de sí —y fueron, por consiguiente, heroicos— es elevar nuestra Fe, nuestra Bandera y nuestro espíritu hasta sus máximas alturas y aceptar la responsabilidad de conocer nuestros derechos y sustentarlos.

Y de no rendirnos jamás.
Luis Antonio Leyro

sábado, 29 de marzo de 2008

En la semana del 2 de Abril (I)

IN MEMORIAM

Ya no están con nosotros. Dios les pidió el servicio de la muerte. Algunos lo cumplieron en la tierra… —el brazo cayó del cuerpo sin que el arma se cayera de los brazos—.

Otros vieron en las aguas el rojo azul de la sangre, hasta que ya nada vieron, porque estaban ante una Mirada Alta.

Y otros cruzaron los aires sin regreso, pero en las bases saben que hay estrellas convertidas en hangares.

Agua, tierra y aire nuestro.

Más nuestros por estos héroes, más soberanos desde el supremo señorío del sacrificio, más argentinos con este sello indeleble del martirio.

Hoy las tumbas son mojones que nos marcan el Camino. El mar formó nuevas huellas para que pasen un día proas celestes y blancas. Y el aire guarda las sombras caídas que van a alzarse una noche, cuando las alas criollas anuncien la Reconquista.

No han muerto en vano los muertos.

No hay silencio que nos haga olvidar de sus palabras; ni bullicio que venga a compensarnos sus silencios.

No habrá olvido que nos borre su memoria, y la memoria nos hará leales.

No habrá negocio, mediación, pacto o alianza que pueda quebrar los lazos que sellaron con sus vidas.

Ya no están con nosotros, y sin embargo son la gran presencia. Frente a la ausencia del poder y la entereza; frente al vacío de la inteligencia, frente al hueco en los testimonios varoniles, frente a la nada de quienes mercan con la Nación… ellos son la presencia. Indicadora, normativa, ejemplar.

Sólo ante Dios se han rendido.

Y estamos seguros que Él —Señor de los Ejércitos— conservará en las manos sus espadas para devolvérnoslas —intactas, pulidas, flamígeras— el tiempo en que disponga La Victoria.

viernes, 28 de marzo de 2008

Aquí nunca faltará nuestro Testigo de cargo


CADA CIVILIZACIÓN TIENE

LOS ESPECTÁCULOS
QUE MERECE


El diario “La Nación” publicó un largo artículo de Pablo Sirvén —conocido cronista— con un título que más que título debería ser un epitafio: “La TV, mucho peor que mala”. Observe el amigo lector de qué manera tan mañosa comienza Sirven su requisitoria: “La televisión por aire de cualquier latitud, tal cual la conocimos, se viene muriendo hace rato por dos fuerzas contrapuestas que la estrangulan: por un lado el poder de la tecnología… (que la reemplazaría por cosas como el cable, DVD, Internet) y por el otro la brutalidad clara y manifiesta a la que muchos programadores, productores y conductores se aplican con esmero para convertir ese fragilizado ámbito en un habitat cada vez más desagradable”. Parece que lo que sucede es que: 1) la tele por aire está muriendo; 2) por lo bestias que son sus conductores.

Ya empiezan a cojear estas tesis con los datos que acumula a continuación Sirvén: Uno, estudio del Consejo de Televisión de Padres de Familia de Estados Unidos que habla del incremento de las escenas violentas y de las temáticas sexuales y de la desaparición de los espacios familiares. Dos, cable de la agencia DPA que sitúa hace 25 años la aceleración de este proceso por la supresión, en ese entonces, del Código de Conducta de la Asociación Nacional de Difusoras. Tres, aumento del lenguaje vulgar. Cuatro, la “guerrita” por el rating, en la Argentina, entre los canales más “populares”. Cinco, la ineficacia de la Ley de Radiodifusión, cien veces emparchada y cada vez más alejada de la realidad. Seis, un documento muy crítico sobre la TV emitido hace unos días por la Academia de Educación. Siete, Néstor y Cristina recibiendo en la Casa Rosada a uno de los cómplices principales de la televisión basura.

Me sospecho que nadie sacará de este batiburrillo la menor claridad sobre el estado de la televisión, ni mucho menos sobre sus causas. En medio de las críticas se le da lugar a Bárbaro, el Director del Comfer, para que diga su bocadillo: “Hay una libertad total. No hay quejas. Yo voy recorriendo el país… casi no hay broncas”.

Porque cualquiera que construya un artículo sobre la TV quedándose en el nivel de las estadísticas y de los comentarios vagorosos está de antemano condenado al fracaso. Al principio del ensayo de Sirvén hay algo, que no sabemos bien qué es, que se está muriendo. Al final Barbaro dice que “no hay quejas”.

Y desde luego la cuestión no está en que veinte o cien infelices vomiten 0,566% más chabacanerías hoy que ayer (pero menos que mañana). La cuestión está en por qué esos infelices monopolizan las pantallas y se convierten en los educadores de nuestros hijos.

Pero por el lado del Medio ya se ha dicho todo. La TV actual es hija de dos de los padres fundadores del mundo moderno, tal como terminó por ser. Primero, el principio “los negocios mandan” y ¿a quién se le podría ocurrir que es modificable algo que produce tantas riquezas, da tantos empleos, desarrolla tecnologías nuevas? Segundo, el principio de la libertad absoluta de “pensamiento” abusivamente extendida —por vía jurisprudencial— a la exhibición de cualquier porquería. Mientras estos dos principios estén vigentes no hay la menor posibilidad, no digo de cambiar, pero ni siquiera de modificar a fondo el sistema, por muchos cronistas de “La Nación” que se quejen y por muchas Academias que giman.

Pero hay algo más que hoy debe decirse, porque sin ello la TV basura no existiría. Y es que a esta altura de las cosas, el grueso de la población da su asentimiento a lo que se transmite, goza con las asquerosidades del caño y las ambigüedades del “Gran Hermano”. Aquí está lo más grave de todo esto. La TV basura ha formado un público a su imagen y semejanza que es el mismo que va a votar a Cristina, el mismo que acepta pasivamente la destrucción del orden jurídico del país, y el que le baja el pulgar a los bebitos abortados. Sin ese público fiel, los basureros no serían nada.

Los medios de difusión han conseguido un triunfo formidable: han corrompido hasta el tuétano a una fracción del pueblo. En las calles se manifiestan —pocos o muchos— a favor del matrimonio gay, contra los militares, por el aborto. Esas son fuerzas actuantes y triunfadoras. La oposición política es incapaz de evitar el desastre que se nos viene encima, a las manifestaciones contra la guerrilla va una fracción de la “familia militar”, las protestas contra el aborto las hacen pequeños grupos que los medios ignoran.

Aquí está la tarea para una generación futura: la reconquista del alma lacerada de la Patria.
Aníbal D'Angelo Rodríguez

jueves, 27 de marzo de 2008

Mater maculata


LA PLAZA ES NUESTRA


Por Antonio Caponnetto


“Desde el primer momento que los vi supe que eran mis hijos.

“Bajaban enmalonados y disfónicos de colectivos y camiones, rodeados de rostros que eran un solo rostro atrabiliario o convulso. El vale para alguna vitualla extra por haberse movilizado a medianoche, les asomaba por los bolsillos, veteranos de plusvalías. Los gritos se les hacían babaza entre las comisuras, y corrían por las calles golpeando a tamberos y tractoristas, cosechadores y sembradoras, señoras con críos y jóvenes trabajadores, todos los cuales —como se sabe— son la oligarquía vacuna.

“Hicieron lo correcto. Así se los he enseñado, que para algo soy su madre. De párvulos los habitué a distinguir. Si los que mandan son zurdos portentosamente ricos, no habrá reproches que allegar. Si los gobernados protestan exacciones despropocionadas, son codiciosos terratenientes. Si los de arriba se enjoyan, viven en suntuosos palacetes, recorren las ferias de vanidades del mundo e instalan sus oficinas en los terrenos más costosos de la gran urbe, es el tributo merecido a sus luchas por los pobres. Si los de abajo suponen que están siendo saqueados, no tienen derecho a lamentación alguna: son ricachones ambiciosos de Barrio Norte. Si ellos están con el Comandante Castro, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el Ejército del Pueblo, y las Armas Bolivarianas de Chávez, son pacíficos civilistas. Los civiles que trabajan en el campo, en cambio, son militaristas y golpistas. Si ellos les mandan a Haití las tropas que Bush les pide, están cooperando a la paz mundial. Reclamar por los frutos de la tierra labrada y sembrada, ya se sabe, es imperialismo puro. Alinearse dócilmente tras el lobby sionista internacional es practicar en antifascismo. Aspirar a que la soja y la papa, el cuero o la leche no sean gravados desorbitadamente, es colonialismo. El kirchnerismo de las bancas suizas y las cirujías parisinas, libera. El campo es la dependencia.

“Sí, son mis hijos. Bienaprendidos y mejor educados están.

“Los reconocí a todos, uno a uno. En especial al mantecoso de retardo mental y de mamporro presto, mientras esté rodeado de cientos de sus compañeros y solitario el vil agresor.

“Estoy admirada de lo que hicieron. Tumbaron a un capitalista aislado que osó llamarlos mercenarios; golpearon valientemente por la espalda a un provocador que, solo y desarmado, tuvo el tupé de nombrarlos ladrones. Insultaron a todo hombre blanco que ofendía con su tez la morochidad nativista. Y sin que encontraran a nadie a su paso, ocuparon bizarramente la Plaza de Mayo, en defensa de la democracia y de sus actuales representantes. Para que no se los suponga oficialistas rentados por el Gobierno para amenazar al común, a la presidenta la llamaron apenas por su nombre de pila. Si son todos hermanos, y yo soy la madre.

“Convendrá que me presente, porque la gesta que estoy ponderando, y que he prohijado, sucedió los días 25 y 26 de marzo de 2008, y pasará a la historia.

“Tengo varios nombres. Soy la lucha de clases, la guerra social, la democracia, la planificada revolución del lumpen, la ensangrentada y cruel dictadura del proletariado, la subversión marxista. También me llamo Hebe, Estela y últimamente Cristina.

“Tengo otros varios nombres en el camino y por delante. Pero todos me conocen como La Puta que los Parió. Más nigromanta que Celestina, más promiscua que Areusa, más acosada que la Fiammeta de Boccaccio.

“Por eso me invocaron en la Plaza de Mayo, reconociéndome y dedicándome la autoría de sus hazañas. Con un grito que llevaba mi rúbrica al pie de la última palabra: «La Plaza es nuestra. La Puta que los parió».

“¡Cuidado, hijos predilectos! Estoy inquieta por vuestra suerte. Oigo el clamor de los decentes, que crece y que resiste, y ya se vuelve a hablar de Reconquista. Cuidado que esa Plaza supo albergar patricios y gauchos bravíos, corriendo al invasor sin darle tregua ni resuello alguno”.
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miércoles, 26 de marzo de 2008

A ponerse la camiseta

EL GAUCHITO DEL MUNDIAL
SALE A LA CANCHA
A GANAR EL PARTIDO


martes, 25 de marzo de 2008

Grito de las dos orillas

¡ARRIBA EL CAMPO!

¿Por qué demonios se adoptó este grito para subrayar las más diversas situaciones? ¿Por qué a la voz de “¡Arriba el campo!” se contestaba siempre con un acorde ilógico, disparatado y coral: “¡Bien, coño, bien!”?

Estábamos en el cine un domingo por la tarde. Echaban Alí Babá y los cuarenta ladrones o algo así, de la Ufa, si no me engaño. La censura andaba en mantillas, de modo que nos solazamos cumplidamente con unas escenas en un mercado de esclavas. Todos notamos que la película tenía asma argumental o, por lo menos, como hipo: que no ligaba bien, y en esto se encendieron las luces y apareció en el escenario, delante de la pantalla, que tapaba el mundo de los Quinteros, el proyeccionista, que era un hombre viejo, cortés y sabio, según comprobará quien siga leyendo.

El proyeccionista dijo:

— Señoras, señoritas, caballeros cadetes, señores…

Olvidé decir que la cosa ocurría en Ávila, allá en diciembre del 1937, cuando la primera promoción de aquella Academia de Infantería cursaba en Santo Tomás.

Las señoras, las señoritas, los caballeros cadetes y los señores se dispusieron a escuchar. Entonces, el proyeccionista confesó que se había hecho un lío con el orden de los rollos de la película, que había proyectado por error unos antes que otros y que por su causa la buena marcha del argumento andaba garringarreando. Que pedía disculpas al distinguido público y que anunciaba que iba a restablecer la situación, con lo cual, además de comprender todo lo que pasaba, íbamos a tener la ventaja de ver de nuevo el rollo del mercado de esclavas. Dicho lo cual se retiró por el lateral derecho. Una voz clara y rotunda inició la ovación con un grito que sonaba a satisfecha gloria:

— ¡¡Arriba el campo!!

Y todos contestamos lo que se contestaba, tras de lo cual, en medio de enormes ovaciones, el proyeccionista hubo de saludar repetidas veces.

Se gritaba “¡Arriba el campo!” en medio de una apabullante marcha, al paso de una chica guapa, al cruzar un pueblo, al liquidar una cuenta, en el final conciliatorio de una bronca. Desde Rusia recibí yo una postal en la que alguien me decía: “Aquí estamos defendiendo la civilización occidental, con buena temperatura y ¡arriba el campo!
Rafael García Serrano

lunes, 24 de marzo de 2008

Ayudamemoria


DIEZ OLVIDOS


No pasa día —en rigor, no pasa hora— sin que desde todos los medios masivos a su disposición, las izquierdas gobernantes y cogobernantes vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales represores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas de los jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, a expensas de su honor, asociarse vergonzosamente al enemigo sirviéndole de guardia pretoriana o de embajadores, o proferir discursos pacifistas. El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y una falsificación tan sistemática de la historia, que nos parece oportuno presentar la siguiente enunciación de olvidos:

1.- Se ha olvidado, en primer lugar, la existencia del Comunismo Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el resultado de un cálculo científico, corroborado tras prolijas y actualizadas investigaciones de carácter demográfico, en una voluminosa obra escrita por seis autores insospechados de antimarxismo: El libro negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión castellana.
Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir cantidades más emblemáticas y falsas que reales, (como las de los seis millones del Holocausto o la de los treinta mil desaparecidos), no han dicho una sola palabra a propósito de tan monstruosa constatación. Entre el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Lituania, tuvo lugar el Primer Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo (CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se verá jamás allí a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los derechos humanos, ni al juez Garzón y sus múltiples secuaces nativos y foráneos. Con lo que se constata una vez más —sin que haga falta— que los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la Revolución, y que las tales agrupaciones que los invocan no han nacido sino para custodiar los intereses de la praxis marxista. Lo cual —pongámonos de acuerdo— no sería incoherente ni lo más grave si no mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten en presentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier atentado de lesa humanidad.

2.- Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aquella estructura ideológico-homicida apa­reció en la Argentina el fenómeno del terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y sanguinarios, y causa eficiente de la guerra revolucionaria, a la que toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso ocurrido en nuestro país; fue parte de una planificada y cruenta operación extendida —sucesiva y simultáneamente— por toda América y por otras regiones del mundo. La Argentina no vi­vió una guerra civil. Fue agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso de subversivos vernáculos.

3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término subversión —hoy olvidado— da una idea exacta, en recta semántica, de lo que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió. El terrorismo resultó derrotado, pero la subversión campea victoriosa, gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo subversivo —que está instalado en todos los ámbitos, desde el universitario hasta el eclesiástico, desde el periodístico hasta el gubernamental— fue consecuencia directa de la imperdonable ceguera e ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivas conducciones, partícipes todas de la cosmovisión liberal, progresista y moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran derechos y humanos —pagando tributo a las categorías mentales del enemigo— cuando lo que correspondía era saber definirse contrarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos militares, miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo.

4.- Se ha olvidado, en cuarto lugar, que tanto la subversión como el terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondicional de las genéricamente llamadas agrupaciones internacionales de solidaridad. Principalmente de la célula Madres de Plaza de Mayo, cuyas integrantes —que manejan ahora hasta el funcionamiento de una "universidad", y que han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en los ámbitos presidenciales— no dejan posibilidad alguna de duda sobre sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampoco esto nos parece incoherente o lo más grave, sino el hecho de que se pretenda presentar a las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuentan en algunos casos con subsidios estatales, llamados eufemísticamente indemnizaciones.
Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cristiana hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una voluntad auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida, pública y responsable acción punitiva. Es posible, se dirá, que las Madres de Plaza de Mayo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues su propósito institucional —quedó después en claro— no era recuperarlos sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa con­tra la subversión se hubieran abstenido de utilizar algunos de los mismos procedimientos perver­sos del adversario, su triunfo moral sobre ellos sería hoy apabullante e incuestionable.

5.- Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argentinos que combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone, perdiendo por ello sus vidas o arriesgándose a perderlas, merecen la gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor. Ellos y sus familias vivieron múltiples peripecias y situaciones de riesgo, hasta que —muchos— cayeron en combate o quedaron gravemente mutilados. Libraron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus conductas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmente viene sucediendo.

6.- Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción represiva es inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas cosas sucedieron en nuestro país. Hubo una represión del terrorismo perfectamente legítima y encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una represión —aconsejada por los eternos asesores de imagen que continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones— que violó las normas éticas, siempre vigentes, aún en tiempos de conflagración, desnaturalizando aquella contienda y enlodando a quienes la ordenaban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos más encumbrados del Estado. Muchos altos jefes de las FF.AA. deberían responder por esta altísima traición a la patria.

7.- Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura militar ni ningún genoci­dio. Debió existir la primera —posibilidad prevista en la vida política de una nación y en las formas gubernamentales de emergencia en tiempos de anarquía— como respuesta necesaria y oportuna a la situación extraordinaria que se vivía entonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses procesistas se declararon en pro de "una democracia moderna, eficiente y estable", y se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el símbolo más elocuente de la inexistencia de dictadura castrense alguna, y la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos.
Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron perseguidos por cuestiones raciales o étnicas, sino por constituir un ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contienda iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridiculas, falaces, desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estú­pida analogía no es más que propaganda comunista para consumo de ignorantes y de mendaces.

8.- Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terrorismo de Estado sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz de hacerse responsable —con nombres y apellidos al pie de las sentencias— de las sanciones penales públicas más drásticas, perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se defiende y preserva, y la acción disociadora de las células guerrilleras, que pretendían constituirse en un Estado dentro del Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente plausibles, como la intervención militar en Tucumán con el Operativo Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la clandestinidad y la "ofensiva por izquierda" eran preferibles a la reacción diestra y nítida.

9.- Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron campos de concentración ni holocaustos de ninguna especie. En todo caso, tan mal pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los secuestrados en las cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo terriblemente paradigmáticos al respecto.
La tortura es un procedimiento inmoral, aunque quepan algunas distinciones casuísticas sobre la aplicación de los castigos físicos. Mas no existe un determinismo que convierte a todo militar en un torturador, sino una naturaleza humana caída que puede degradar al hombre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que hace del militar un torturador y un secuestrador de criaturas y del guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de contención física de un delincuente es tortura, ni lo es todo interrogatorio de un culpable, y que resulta una hipocresía inadmisible escandalizarse por la falta de un trato humano después de habérselo negado a otros.

10.- Se ha olvidado, en décimo lugar, que no eran alegres utopías las que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible sostenido en una ideología intrínsecamente perversa. No eran tampoco desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún atenuante los alcanza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas horrorosamente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy se reclama fueron, en algunos casos, abandonados por sus mismos padres, después de haberlos usado como coartada, tal como surge con toda claridad de muchas de las actuaciones judiciales respectivas. No todo hijo de desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y entregado en tenencia a una familia sustituía. Muchos fueron abandonados por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que los había engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las mejores intenciones por abnegados ciudadanos o por solícitas familias castrenses.

Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino los que conviene recor­dar en los duros momentos actuales. Queden señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al combate. Y el combate aún no ha terminado.

Antonio Caponnetto

sábado, 22 de marzo de 2008

Sábado Santo


EXULTET O

PREGÓN PASCUAL

Exulte ya la angélica turba de los cielos; exulten los divinos Misterios, y por la victoria de un Rey tan grande, resuene la trompeta de salvación. Alégrese también la tierra, radiante de tanta luz, e liminada con el esplendor del Rey eterno, sienta haberse ya disipado la oscuridad que tenía encubierto antes al mundo. Alégrese también nuestra Madre la Iglesia, adoranda con los fulgores de tanta luz; y resuene este recinto con las festivas voces de los pueblos. Por lo que vosotros, hermanos carísimos, que asistís a la maravillosa claridad de tan santa luz, unidos conmigo, invocad la misericordia del Dios omnipotente. Para que pues se dignó, no por mis méritos, agregarme al número de los diáconos, difundiendo la claridad de su luz, pueda cantar las alabanzas de este cirio. Por Nuestro Señor Jesucristo.

R. Amén.

V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

V. Arriba los corazones.
R. Los tenemos en el Señor.

V. Demos gracias al Señor Dios nuestro.
R. Es digno y justo.

Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable pregonar con todo el afecto del corazón y con el ministerio de la voz, al Dios invisible, Padre todopoderoso, y a su Unigénito Hijo Nuestro Señor Jesucristo. El cual pagó por nosotros al Padre Eterno la deuda de Adán, y con su piadosa sangre borró la deuda del primer pecado. Éstas son, pues, las fiestas pascuales, en las que es inmolado aquel verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Esta es la noche en que, en otro tiempo, sacando de Egipto a los hijos de Israel, nuestros padres, les hiciste pasar el mar Rojo a pie enjuto. Esta es la noche que disipó las tinieblas de los pecados con la luz de una nube. Esta es la noche que hoy por todo el mundo, a los que creen en Jesucristo, apartados de los vicios del siglo y de las tinieblas del pecado, los vuelve a la gracia y asocia con los Santos. Esta es la noche en que, rotos los vínculos de la muerte, subió Jesucristo victorioso de los infiernos. Pues de nada nos sirviera el haber nacido, si no nos hubiese redimido. ¡Oh admirable dignación de tu piedad con nosotros! ¡Oh inestimable dilección de caridad; para redimir al siervo, entregaste al hijo! ¡Oh, ciertamente necesario pecado de Adán, que con la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa, que mereció tener tal y tan grande Redentor! ¡Oh noche verdaderamente feliz, que sola mereció saber el tiempo y la hora en la que Cristo resucitó de los infiernos! Ésta es la noche de la que está escrito: Y la noche será tan clara como el día, y la noche resplandecerá para alumbrarme en mis delicias. La santidad, pues, de esta noche ahuyenta los pecados, lava las culpas y devuelve la inocencia a los caídos y a los tristes la alegría; destierra los odios, prepara la concordia y somete a los imperios.

En esta noche de gracia, recibe, Padre Santo, el sacrificio vespertino de este incienso, que la sacrosanta Iglesia te ofrece por manos de sus ministros, en la solemne oblación de este cirio, cuya materia labraron las abejas. Mas ya conocemos las excelencias de esta columna, que en honra de Dios va a lucir con brillante luz. El cual, aunque dividido en partes, no sufrió detrimento de su luz; pues se alimenta de líquida cera, que la madre abeja fabricó para materia de esta preciosa lámpara. ¡Oh verdaderamente feliz noche, que despojó a los egipcios y enriqueció a los hebreos! Noche en la cual los cielos se unen con la tierra, lo divino se une con lo humano.

Te rogamos, pues, Señor, que este cirio consagrado en honor de tu nombre, persevere ardiendo, indeficiente, para disipar las tinieblas de esta noche; y recibido en olor de suavidad, se mezcle con las celestiales lumbreras. El lucero de la mañana lo halle encendido; aquel lucero que no tiene ocaso; aquel que, volviendo de los infiernos, alumbró sereno al humano linaje. Te pedimos, por tanto, Señor, que te dignes regir con asidua protección, gobernar y conservar a nosotros, tus siervos, y a todo el clero y al devotísimo pueblo, en unión de nuestro Beatísimo Papa N. y nuestro Obispo N., concediendo quietud de tiempos, en estos gozos pascuales.

Mira también a aquellos que con potestad nos rigen y, por don de tu inefable piedad y misericordia, dirige sus pensamientos hacia la justicia y la paz; para que después de sus fatigas en la tierra lleguen a la patria celestial con todos tu pueblo. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.

R. Amén.

viernes, 21 de marzo de 2008

Viernes Santo

DELANTE DE LA CRUZ

D
elante de la cruz, los ojos míos
quédenseme, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.

Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos querer estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.

Y así con la mirada en vos prendida,
y así con la palabra prisionera,
como a la carne a vuestra cruz asida

quédeseme, Señor, el alma entera:
así, clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
Rafael Sánchez Mazas

jueves, 20 de marzo de 2008

Jueves Santo

HOC EST ENIM
CORPUS MEUM

En el Jueves Santo el Salvador nos regaló el Santo Sacrificio de la Misa, el Santísimo Sacramento y el Sacerdocio católico.
Gracias a estos tres regalos podemos vivir y tener esperanzas de salvarnos, amparados en la Madre del Amor Hermoso. ¡Bendito sea Dios!

Las palabras que inmutan el vino
las palabras que cambian el pan
¡oh, millones de angélicos coros,
sobrepujan vuestro himno triunfal!

Ni la voz que los vientos de un golpe
domeñados, tumbó sobre mar;
ni el clamor que animó bruscamente
la de Lázaro pútrida faz;
ni la dulce oración compasiva
que de un pan hizo mil; ni el fatal
retumbar de trompetas del juicio
que a los muertos del polvo alzará;
ni siquiera el tremendo, inmutable
veredicto del que ha de bajar
a poner en su quicio las cosas
y dejarlas por siempre jamás…
tienen más milagrosa potencia
más creadora virtud y sin par
dulcedumbre, más fuerza y más gracia
que ese leve rumor del altar,
ese trueno de empuje infinito
y ese arrullo de amor eternal,
ese anillo de amores perpetuos
y semilla de inmortalidad;
ese fiat más grande que el otro
puesto en labios de un pobre mortal
el tesoro del hombre, la herencia
del que es vida, camino y verdad
para todos los pobres del mundo
y a los hombres que quieren la paz;
ese santo conjuro que todas
nuestras llagas podría curar,
esa firme palabra de bodas
que la Iglesia y el Cristo se dan,
esos brazos a todos abiertos
y clavados para revelar
los misterios sin playa y sin fondo
de un amor que no puede hacer más…
esos éxtasis, esas palabras
que consagran el vino y el pan.
Padre Leonardo Castellani, S.J.
Jueves Santo de 1927.

Nota: Esta poesía pertenece a “El libro de las oraciones”, Biblioteca Dictio, vol. 25, Buenos Aires, 1978.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Patrono de la Iglesia Universal y de la Buena Muerte

ORACIÓN A SAN JOSÉ

A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado José; y después de haber implorado el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por el afecto que os unió a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios; por el amor paternal que profesasteis al Niño Jesús, os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que Jesucristo conquistó con su Sangre, y que nos socorráis con vuestro poder en nuestras necesidades.

Proteged, prudentísimo Custodio de la Divina Familia, el linaje escogido de Jesucristo; preservadnos, Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción; sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, poderosísimo Protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas. Y del mismo modo que, en otra ocasión, librasteis del peligro de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Santa Iglesia de Dios, contra las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad. Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio; a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos, y sostenidos por vuestros auxilios, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del Cielo.

Amén.


Y por todos aquellos que han muerto un 19 de marzo:

V. Dales, Señor, el descanso eterno.

R. Y brille para ellos la luz perpetua.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

V. Que sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

R. Amén.

martes, 18 de marzo de 2008

Editoriales


SINIESTRA

ALINEACIÓN

S
i alguna nueva demostración hiciera falta del rumbo desquiciante que el kirchnerismo imprime al país, los recientes e inconclusos conflictos entre Venezuela, Ecuador y Colombia han servido de evidencia rotunda a la par que dolorosa.

Ya no le basta a la tiranía con desparramar por todos los espacios de poder a convictos y confesos agentes que fueran de la guerrilla marxista. Tampoco con sumar al escenario de sus malandanzas públicas, a la hez del piqueterismo, cuya estrategia insurreccional está hábilmente trazada. Ni siquiera conforma los planes de su destructora empresa, la glorificación inaudita de los terroristas y la persecución implacable para quienes los combatieron. Un gesto más obsceno aún hacía falta, y lo ha dado la presidenta, verdadera especialista en la materia. He aquí ese gesto: el apoyo a las FARC, el romance con Chávez, y la descalificación político-jurídica de quienes combaten a la banda narcocriminal de Tirofijo.

Desde los estrados paródicos de Santo Domingo, la costilla de Kirchner hizo los deberes que su ideología le impone. Escamoteó la cuestión de fondo, que no es la presunta violación del espacio aéreo ecuatoriano, sino la real ocupación del espacio colombiano —y el de otros países de América— por el terrorismo marxista. Declaró que “no sirve el ejercicio manu militari” para enfrentar a los sediciosos, como si éstos —a la vista de su propio nombre— no constituyeran una fuerza armada revolucionaria en pie de guerra.

Sentenció que a sus compañeros de ruta “no se los combate con la violación masiva de los derechos humanos”; derechos, ya se sabe, que son otras tantas prebendas, franquicias y salvoconductos, concedidos a siniestra y negados a diestra. Y propuso seguir canjeando rehenes inocentes por culpables guerrilleros presos, que es exactamente lo que conviene y planifica la cúpula sanguinaria de las FARC.

Señora al fin de un cinismo inextinguible, la faldera del bizco patán, propuso “enfrentar al terrorismo desde la institucionalidad”. A lo que el desbordado Uribe debió responderle que el primer terrorismo en la Argentina es hoy la institucionalidad oficial que ella ha contribuido a crear y a poner en marcha.

Majaderías y arrumacos con el zambo bolivariano —declarado peronista, no sin motivos— completaron el protagonismo indecente de la Wilhelm, mediadora sin medio, antes extremista de rojos extremos.

Pero aunque todo indica, día tras día, que la nación ha sido alineada oficialmente en el marxismo —mientras, como corresponde, no hay empacho alguno, en medrar y asociarse con el capitalismo salvaje y el liberalismo cerril— por estos pagos, quienes debieran dar la voz de alarma siguen en babia. Que no es precisamente seguir en la mítica comarca leonina, sino en la cobarde incapacidad de llamar a las cosas por su nombre.

¿Puede pedírsele a los Obispos una férrea declaración condenatoria de este gobierno subversivo, como hicieron en su momento los de Venezuela o los de Cuba ante sus respectivos despotismos? No lo piense ningún santo. El Anticristo instalará, ya no un retrete sino un trono en la Casa del Padre, y el Cardenal Primado seguirá ordenando “que le sirvan bebidas frescas”, descalificando por fundamentalistas a quienes consideren profanatoria su presencia.

¿Puede pedírsele a los hombres de armas que, si no reaccionan, al menos, dejen de consentir el ultraje sistemático de los antiguos combatientes contrarrevolucionarios? No lo piense ninguno, siquiera de los nuestros. Ellos son acabadamente, y desde hace largo tiempo, una parte sustantiva del problema, no la solución. Si se lo ordenan, los cómplices calzonudos del Estado Mayor sacarán gustosos el retrato de San Martín y lo reemplazarán por otro del Che.

¿Puede pedírsele a los intelectuales un manifiesto vigoroso de repudio y de denuncia contra tanta ignominia, como el que supiera encabezar el insigne Solzenitsin? Aquí, lo que se llama inteligencia, es un hato inverecundo de vulgares ignorantes, y los hombres verdaderamente sabios no tienen voz, y a veces —¡ay!— ni piden la palabra.

Reaccionemos nosotros. Obremos nosotros. No con el lenguaje confuso de los malos defensores de buenas causas. No con los medios que el mismo Régimen nos propone para que sigamos entretenidos y sujetos. No mendigando un sitio en la república plural o en la iglesia irenista. No tampoco conformándonos al siglo, extravío expresamente condenado en las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo por boca de San Pablo (Rom. 12, 2).

Reaccionemos, por lo pronto, gritando la Verdad desde los tejados. Y que a cada vozarrón veraz de los nuestros le suceda un eco diáfano, unánime, envolvente. Como el de las trompetas de Jericó haciendo caer los muros de la ciudad impía y envenenada.
Antonio Caponnetto

Nota: Este Editorial corresponde al número 72 de la Revista “Cabildo”, actualmente en los kioscos de todo el país.

lunes, 17 de marzo de 2008

domingo, 16 de marzo de 2008

Setenta y siete años después

LA HORA DE LOS ENANOS

F
ue misericordia de Dios el llevárselo a las regiones de la paz eterna. Tras un breve martirio, el descanso. ¡Eran muchos sus merecimientos para que la divina generosidad no le indultara de este espectáculo!

Todo bulle como una gusanera. Como si no hubiera pasado nada. Los mismos hombres, las mismas palabras vacías, los mismos aspavientos. ¡Y todo tan chico! Contra la obra ingente de seis años —orden, paz, riqueza, trabajo, cultura, dignidad, alegría—, las fórmulas apolilladas de antaño, las menudas retóricas de antaño, las mismas sutilezas de leguleyo que ni el Derecho sabe.

Aquí están los políticos a quienes nadie desconoce. Todos pasan de sexagenarios. Gobernaron docenas de veces. Casi ninguno sirvió para nada. Pero no escarmentaron. Piensan que una breve abstinencia –que ellos disfrazan de persecución– los redime del pasado inútil.

Aquí están los ridículos intelectuales, henchidos de pedantería. Son la descendencia, venida a menos, de aquellos intelectuales que negaron la movilidad de la tierra y su redondez, y la posibilidad del ferrocarril, porque todo ello pugnaba con las fórmulas. ¡Pobrecillos! ¿Cómo van a entender –al través de sus gafas de miopes- el atisbo aislado de la luz divina? Lo que no cabe en sus estrechas cabezas creen que no puede existir. ¡Y encima se ríen con aire de superioridad!

Aquí están los murmuradores, los envenenados de achicoria y nicotina, los snobs, los cobardes, los diligentes en acercarse siempre al sol que calienta más, (algunos, ¡quién lo dijera!, aristócratas, descendientes de aquellos cuyos espinazos antes se quebraban que se torcían ... ).

Aquí están todos. Abigarrados, mezquinos, chillones, engolados en su mísera pequeñez. Todos hablan a un tiempo. No se hizo nada. Se malgastaron los caudales públicos. Las victorias militares acaecieron bajo el mando de aquel caudillo como pudo acaecer otra cosa. Todo fue suerte o mentira. Y, antes que nada, ese Gobierno no fue un Gobierno inteligente (¡santa palabra para deslumbrar a los tontos!); gobernó para España, a la española, no al gusto de la docena de los elegidos. Prefirió prescindir de solemnidades hipócritas mejor que falsificarlas.

Los enanos han podido más que el gigante. Se le enredaron a los pies y lo echaron a tierra. Luego, le torturaron a aguijonazos. Y él, que era bueno, sensible, sencillo; él, que no estaba acorazado contra las miserias; él, que por ser muy hombre (muy humana) gozaba y padecía como los niños, inclinó su cabeza una mañana y no la alzó más.

Ahora es la hora de los enanos. ¡Cómo se vengan del silencio a que los redujo! ¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos —los pedantes— sonríen irónicamente.

El también sonríe. Pero su risa es clara, como su espíritu sencillo y fuerte. Nosotros padecemos –como él antes– todas las torturas de la injusticia. Pero el ya goza el premio allá en lo alto, en los ámbitos de la perpetua serenidad. Nada puede inquietarle, porque desde allí se disciernen la grandeza y la pequeñez. Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras. Toda esta mezquina gentecilla —abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes— se perderá arrastrada por las aguas. ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? Mientras que la figura de él —sencilla y fuerte como su espíritu— se alzará sobre las centurias, grande, serena, luminosa de gloria y de martirio.
José Antonio Primo de Rivera
(ABC, 16 de marzo de 1931)

Nota: Uno de los primeros textos de José Antonio, escrito al cumplirse un año de la muerte de su padre, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja.

sábado, 15 de marzo de 2008

Leonardo, en compañía de Jesús

1981 - 15 de marzo - 2008

POR SIEMPRE CASTELLANI

Con el rostro muy colorado, nada común en el Padre Alberto, los ojos húmedos (podía verlo bien desde mi segundo banco, a la derecha del ambón) comenzó en tono alto unas palabras desconcertantes. Tampoco era común que comenzara un sermón eufórico: más bien solía así terminarlo, y el Evangelio del día no encajaba con las ideas que iba diciendo de “bien a la Patria”, “ha habido un hombre providencial”…

No aparecía el nombre de tal hombre, y pienso ahora que el noventa por ciento de los seminaristas no sabía de quién hablaba y por qué lo hacía con tanto sentimiento. Comencé a tiritar en mi banco como cada vez que escuchaba sus arengas.

“Y fue el sacerdote que con su clarividencia profetizó, denostándolo, ese cristianismo mistongo que se venía”, y me sonó a “Su Majestad Dulcinea”, y comencé a ponerme triste por el tiempo verbal pretérito referido a la persona del sentidísimo panegírico. Pienso que, a esta altura del sermón, ya nadie dudaba de quién se trataba. Noté cómo se inclinaban las cabezas compungidas, cómo los absortos por la oratoria humedecían los ojos fijos en el Padre Alberto, el discípulo más filial del Padre Leonardo, como lo creíamos nosotros. Y llegó el larguísimo climax, a velocidad eufórica inimitable de palabras articuladas, fuertes, precisas, sentidas, sin cortar las frases ni silencios, para describirnos la persecución que el fariseísmo vomitó sobre el Padre Castellani. Persecución que llevó con hombría no común entre las sotanas de la época moderna, por eso no les reprochaba que no fueran santos varones, sino que ni siquiera fueran varones. Una persecución que lo volvió tipo de lo venidero. Los libros se encarnaban en su vida o su vida se explicaba con el precioso idioma de su talento. “La etapa parusíaca será así, como me está pasando a mí, la Iglesia verdadera será escondida por el fariseísmo diabólico y el pueblo fiel la buscará hasta cuando Él vuelva sobre las Nubes del Cielo”, parece decir Castellani por ser profeta en vida y palabras.

Y si alguien lo sacó a flote de tanta tormenta y oscuridad, fue la Madre de Dios. Aquí, en el Dulce nombre de María, el Padre Alberto tragó todo el sentimiento acongojante de ver a la Virgen protegiendo al Padre Leonardo. Aquí no supimos si el Padre Ezcurra sufría o reía, nadie podría jurar ante el Sagrario que nos presidía sobre el Altar de la Capilla Mayor, si lloraba por la separación temporal del gran Cura argentino o daba sonidos incomprensibles por verlo entrar en la Gloria de Dios Padre, como Santa Teresa a San Pedro de Alcántara, hacia el trono de la Reina Sin Par, acompañado del Capitán Jesucristo, único amor donde Castellani amaba todo lo que Él amaba.

Cortó las palabras como un cruzado medieval deja caer la espada en la cabeza del enemigo, giró hacia la sede del Rey como soldado acostumbrado a la obediencia marcial, sus manos juntas a la altura del pecho señalando hacia delante, sus anteojos negros mojados de todo el respeto hacia Castellani, su maestro.

Si esto, si estos frutos produjo Castellani, ¡entonces, realmente fue grande! Ningún seminarista necesitó nunca preguntar cuántas veces había que releer los libros de Castellani, ni rememorar la obra en los hombres que lo tocaron saliendo de él la fuerza del Espíritu que los formó. Después del sermón y de la vida del Director espiritual de Paraná, todo era luz, Castellani el maestro.

Y si la Madre Iglesia considera un milagro la fecundidad inexplicable en la obra de un hombre hasta el punto de canonizarlo, entonces todos los argentinos podemos regocijarnos como Ezcurra en Castellani, beber en esa tinaja nueva del Vino Nuevo hasta embriagarnos y esperar que la semilla produzca. Aquí la Esperanza es grande, a pesar de nuestros pecados.
Francisco Díaz Viett

Nota: El autor desgrana en estas líneas sus recuerdos del sermón pronunciado por el Padre Alberto Ezcurra, en el Seminario de Paraná, la mañana en que se enteró de la muerte del Padre Leonardo Castellani.

viernes, 14 de marzo de 2008

En la semana de la muerte de Rosas (y III)



HABLA ROSAS

Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios; si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca. Y a trueque de escandalizarlo a usted, le diré que para mí el ideal del gobierno feliz será el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infalible, enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritismos. Por eso busqué yo solo realizar el ideal de gobierno paternal en la época de transición que me tocó gobernar…


Formas constitucionales considero que son aquellas más conformes al estado y posición de las cosas y que por lo mismo son las más a propósito para preservar de males al cuerpo político y hacer que se conserve en tranquilidad y orden del mejor modo posible. Si ellas no fuesen de esta naturaleza ni produjeran estos saludables efectos, no pueden llamarse constitucionales, porque no tienen ninguna relación con la salud del Estado. En tal caso, o estarían de más, sin producir bien alguno y se llamarían formas superfluas, o si producen o abren la puerta a grandes males, más bien que constitucionales deberían denominarse formas anárquicas…


Es necesario desengañarse de una vez con esa falsa fusión con ciertos partidos, sugerida y propagada con astucia por las logias, para adormecer a los federales, que no conocen todo el fundo de perversidad y obstinación de que están poseídos nuestros enemigos. Es muy triste y degradante que el crédito de la República y la reputación de sus hijos más ilustres esté a merced de los caprichos y perversidad de ambulantes aventureros que, sin dar la cara, tienen libertad para ultrajar y difamar impunemente…


Es que se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía que llaman libertad, invocando derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida… Las elecciones son farsas inicuas de las que se sirven las camarillas de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseándolo todo…


He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, escondidos en la sombra; he admirado siempre a los dictadores autócratas, que han sido los primeros servidores de sus pueblos.
Juan Manuel de Rosas


Nota: Estos párrafos corresponden a: Entrevista con Vicente Quesada (1873); carta a Pascual Echagüe, del 23 de julio de 1836; carta a Facundo Quiroga, del 28 de febrero de 1832; carta a Josefa Gómez, del 17 de diciembre de 1865; y entrevista con Vicente Quesada, respectivamente.


HAGA CLICK AQUÍ PARA DESCARGAR
SU FONDO DE PANTALLA DE DON JUAN MANUEL DE ROSAS:
FONDO DE DON JUAN MANUEL


jueves, 13 de marzo de 2008

En la semana de la muerte de Rosas (II)

ELOGIO DEL
RESTAURADOR

R
osas, figura patricia, “de rasgos imperiales, clásicos en toda forma”, “recio, gubernamental, inclemente” en su “lucha abierta y ruidosa con nacionales y extranjeros para consolidar su poder en el centro de una gran capital histórica” (Vicente F. López), “fue lo que el país quiso que fuese” (Zinny). Campeón del “honor nacional” (San Martín), resistió “gloriosamente a las pretensiones de una potencia europea” (Sarmiento), cuyas agresiones fueron “la más escandalosa violación del derecho de gentes” (Lamartine). “Sin arredrarse del poder de nuestros enemigos” (Necochea), desde un gobierno que, “fuere lo que fuere, es nacional”, en “presencia de la Francia” (Lavalle), infligió al gobierno de esa Francia una “derrota diplomática” como “jamás hubo más completa en todos los puntos” (Thiers).

“Reincorporó la Nación” (Sarmiento) y creó en ella “el respeto a la autoridad” que antes de él no existía, “enseñando a obedecer a sus enemigos y a sus amigos” (Alberdi). “Grande y poderoso instrumento que realiza todo lo que el porvenir de la patria necesita” (Sarmiento), “bajo su gobierno vivió Buenos Aires un pie de prosperidad admirable” (Herrera y Obes). Administrador pulcro de los dineros fiscales (Ramos Mejía), su “honradez administrativa” le ganó la confianza del “comercio y el extranjero” (Terry) y la gratitud de los acreedores del país “por las seguridades de pago ofrecidas por el gobierno argentino” (Baring Brothers). Y “cumplió esta promesa (o seguridades) espontáneamente” (Pedro Agote).

Y este “perfecto hombre de Estado” (Brossard), que “conocía los secretos de los gabinetes europeos” hasta el punto que “no había gobierno en Europa tan bien informado como el de Rosas ni tan ilustrado por sus agentes” (Thiers); este defensor de América, cuya energía probó “que la Europa es demasiado débil para conquistar a un Estado americano que quiere sostener sus derechos” (Sarmiento) y a quien “debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses, el mundo civilizado, y puéstola más en contacto con la Europa” (Sarmiento); este “hombre notable” que dio “a su país un nombre y un lugar tan permanente como no conseguirá pronto ninguna otra nación sudamericana” (The New York Sun); este “formidable caudillo” (Martiniano Leguizamón), que “defendió a su país como pocos lo habían defendido” (Octavio Amadeo), “sosteniendo el honor y la integridad de su territorio” (Martiniano Leguizamón) y “los derechos de la Nación contra las miras extrañas” (Ferré), “miras siniestras de los enviados de Francia y de Inglaterra” (Vicente López y Planes); este gobernante extraordinario, en fin, que “era la encarnación de la voluntad del pueblo” (Sarmiento) y que prestó al país “servicios muy altos”, “servicios cuya gloria nadie podrá arrebatarle” (Urquiza), fue, sin embargo, calumniado “a designio” (Sarmiento).

Son muchos todavía los hombres de buena fe que se dejan gobernar, en sus juicios y opiniones, como las llamas de los indios, por arabescos retóricos. Pero no somos pocos los que, reaccionando contra el escepticismo corrosivo, mantenemos viva nuestra fe en la virtud soberana de la verdad y en su triunfo final sobre las supercherías de una literatura cada día menos afortunada en sus tentativas maliciosas. Creemos también en la eficacia de nuestros esfuerzos y no tememos la contradicción que venga del lado de los adversarios, a quienes quisiéramos ver más activos en la defensa de sus historias.

“Día llegará —pensamos como don Juan Manuel en el destierro— en que, desapareciendo las sombras, sólo queden las verdades, que no dejarán de conocerse, por más que quieran ocultarse entre el torrente oscuro de las injusticias”.
Roberto de Laferrere

Nota: Tomado de “El nacionalismo de Rosas”, Buenos Aires, Haz, 1953, págs. 107-111.

martes, 11 de marzo de 2008

En la semana de la muerte de Rosas (I)


14 DE MARZO:

ANIVERSARIO DE LA
MUERTE DE ROSAS

T
e pedimos, Señor, que el ejemplo de Don Juan Manuel de Rosas sea la inspiración de la juventud.

Que miren, no a los ídolos de la farándula o de las series extranjeras, sino al ejemplo de los santos y de los héroes, y encuentren en Juan Manuel el arquetipo del gaucho y del patriota.

Te rogamos, Señor, que le des a Don Juan Manuel el descanso eterno. Y que a nosotros nos niegues el descanso, nos niegues la tranquilidad, la comodidad y la paz, hasta que con los escombros de esta patria en ruinas, sepamos edificar la Argentina Grande
que Juan Manuel amó, con la cual soñó, y por la cual entregó su vida.
(Responso del Padre Alberto Ezcurra
en el día de la repatriación de sus restos)

lunes, 10 de marzo de 2008

Éramos pocos y parió el Diablo


ANSELM GRÜN,

OTRO INDESEABLE

A
lrededor del 25 de marzo, si la Divina Providencia no nos libra de tamaña peste, visitará el país el conocido hereje Anselm Grün, cura benedictino de nacionalidad alemana, nacido en 1945.

Un par de editoriales progresistas auspician su presencia entre nosotros. Por ejemplo Lumen, Ágape, Guadalupe, Bonum y los infaltables muchachos de San Pablo. Idiotas útiles como los de Radio María, y el Centro Junguiano de Antropología Vincular, pues el germano, entre otras cosas, cojea por el lado de la new age, Jung mediante.

Hablará en el Auditorio de Belgrano, en el Colegio Goethe de La Horqueta y en el Hotel de La Cañada, en Córdoba. Lugares típicos para que se amontonen los más ignorantes tilingos de nuestra progresía, que dan asco más que rabia, y repugnancia antes que pena.

Veamos algunos botones de muestra del pensamiento “grüniano”:
  1. “Soy consciente de que muchos homosexuales se sienten heridos por la Iglesia. Con demasiada frecuencia escuchan que la homosexualidad es antinatural. Pero tales valoraciones son falsas. Lo decisivo es que el homosexual se reconcilie con su condición y su tendencia, y que desde esa reconciliación haga lo mejor” (Ansel Grün, “Luchar y amar. Cómo los hombres se encuentran a sí mismos”, Madrid, Paulinas, 2006, pág. 25).
  2. “David no sólo fue amante de Jonatán, sino también amigo […] Los homosexuales ven en esta amistad un ejemplo de lo que ellos sienten entre sí. No significa esto que David o Jonatán fueran homosexuales, pero los sentimientos que ambos experimentan en su interior tienen al menos un colorido homoerótico” (Ibidem, pág. 33).
  3. “En la década de 1980 se habló en la Iglesia alemana de los ancianos enojados. Se pensaba en teólogos como Karl Rahner y Heinrich Fries. Estos hombres, que no tenían ya nada que perder, no repararon en manifestarse públicamente contra el dogmatismo romano. El anciano enojado tiene sin duda una importante función tanto en la Iglesia como en la sociedad” (Ibidem, pág. 197).
  4. “Esta historia [del pecado original] se presta a diversas interpretaciones. Vista desde la psicología, a mí me convence la interpretación de Jung, para quien el comer el fruto del árbol de la ciencia es un acto de toma de conciencia. Para Adán y Eva se trata de un paso necesario en el camino de su plena realización personal” (Ibidem, pág. 19).
Bolche, sacrílego, modernista, acuariano y varoncito. He aquí este personaje. ¿Qué harán los Obispos? ¿Se atreverán a repudiar su presencia y a advertir a la feligresía sobre los graves riesgos que corren si acaso asistieran a sus conferencias? ¿O en consonancia con las características del huesped, ya se armó el Comité de Recepción formado por Laguna, Casaretto, Karlic, el rabino Bergman y Horangel?

domingo, 9 de marzo de 2008

Rompiendo viejos tópicos


DISCRIMINAR:

EL VERBO PROHIBIDO

C
ada vez resulta más evidente que la cultura moderna se basa en una furibunda ideología antidiscriminatoria que se da en torno a un juego tramposo y confuso de palabras. Esconde, por un lado, un agnosticismo desechador de cualquier valoración, un facilismo que tiene mucho de escapismo, y por otro, la dogmática de una cultura tradicional para su destrucción y sustitución por la nueva en la que prima el relativismo.

Antes que nada hay que determinar de una forma correcta y decente qué ha de entenderse por discriminación y, cohonestadamente, por su contrario. Discriminar —que los comunicadores han conseguido que se convierta en un concepto que huele mal y que sea condenado públicamente— es una actividad y una función connatural al ser humano. Todos discriminamos a lo largo de nuestra vida y no por excepción ni capricho sino habitual y necesariamente. Las sociedades lo hacen, aun las más pluralistas e igualitarias. Bien se puede decir que la discriminación es una reacción espontánea, pre y suprarracional, que adopta quien tenga valores o los quiera conservar y defender. Discriminar —si nos decidimos a dejar de lado esa parafernalia asfixiante de preconceptos con que nos atosiga el mundo moderno— es escoger, elegir, distinguir, diferenciar, valorar. Optar por lo bueno contra lo malo, por lo bello contra lo feo, por lo superior contra lo inferior, por lo digno contra lo indigno. Es asombroso que se tengan que recordar nociones tan elementales, pero el hecho mismo de que hayan sido negadas u obscurecidas exige una rectificación. Discriminar es ejercer la libertad. Lo que ocurre es que junto a este proceso condenatorio de la actitud discriminatoria, late un neutralismo suicida que le abre la puerta a la cultura de izquierda, aparentemente vacía y tolerante, pero cargada de sus propias creencias y, además, dispuesta a imponerlas a sangre y fuego, como lo viene haciendo cada vez que usa del poder.

Este proyecto izquierdista ha conformado un núcleo pragmático mínimo pero irrenunciable, armado de un jacobinismo quizá un poco más sutil que el utilizado por Robespierre o el ideado por Trotsky, pero no menos implacable. Gira en torno a dos mitos que son otras gruesas deformaciones: los derechos humanos y la suposición de que todo es igual. “Prohibido prohibir”, uno de los lemas del Mayo Francés, ahora se traduce así: hay que discriminar a los discriminadores y marginar a los marginadores.

No hay aquí amor a los hombres ni reconocimiento de un orden natural. Se trata del producto de un racionalismo ideológico que ha encontrado estos dos pivotes a partir de los cuales se propone edificar una nueva moral que reemplace con precisión dialéctica los principios de insoportable cuño cristiano. Tales fundamentos son suficientemente elásticos y vaporosos como para aprisionar la sensibilidad contemporánea —hedonismo, permisivismo— y dejar afuera con todo cuidado e intención a la propia naturaleza humana que siempre se resiste a que la alejen de sí misma y que la fuercen a opciones que no comprende.

Si estoy obligado —como lo estoy— a amar a mi “prójimo”, más lo estoy —en todo caso me encuentro más inclinado— a amar a mi más “próximo”, con el que comparto una serie de creencias, costumbres, afinidades e intereses. ¿Cómo no apreciar más a un compatriota santiagueño que a un conciudadano coreano, o a un hermano neuquino que a un vecino chileno? ¿Y por qué no tener más aprecio por quien comparte el credo religioso y los ritos que celebramos juntos, que por el que afirma principios contrarios o distintos a los míos? ¿Quién y por qué alguien —el Estado, los comunicadores, la misma Iglesia— me puede obligar a renunciar a estos afectos y a estas preferencias tan legítimas, deseables y fructíferas? Es que la tolerancia finisecular no soporta lo que la cuestione ni lo que le sea distinto. Sin embargo lo distinto es lo que nos da identidad en cuanto individuos y en cuanto grupo.

Es curioso que tan feroz dogmática antidiscriminatoria invoque los derechos de la subjetividad absoluta; de prosperar en la práctica semejante discurso, la sociedad se volverá imposible porque se fundamentará en dos concepciones irreconciliables: por un lado, la expansión de la subjetividad hasta traspasar los límites de la naturaleza; por el otro, su acotamiento con respecto a las relaciones que cada uno debe mantener con su prójimo al que le está prohibido corregir, esto es, diferenciar; he aquí un amor tan desacralizado como es posible pero impuesto por la fuerza de la cultura y del Estado.
Víctor Eduardo Ordóñez