martes, 25 de marzo de 2008

Grito de las dos orillas

¡ARRIBA EL CAMPO!

¿Por qué demonios se adoptó este grito para subrayar las más diversas situaciones? ¿Por qué a la voz de “¡Arriba el campo!” se contestaba siempre con un acorde ilógico, disparatado y coral: “¡Bien, coño, bien!”?

Estábamos en el cine un domingo por la tarde. Echaban Alí Babá y los cuarenta ladrones o algo así, de la Ufa, si no me engaño. La censura andaba en mantillas, de modo que nos solazamos cumplidamente con unas escenas en un mercado de esclavas. Todos notamos que la película tenía asma argumental o, por lo menos, como hipo: que no ligaba bien, y en esto se encendieron las luces y apareció en el escenario, delante de la pantalla, que tapaba el mundo de los Quinteros, el proyeccionista, que era un hombre viejo, cortés y sabio, según comprobará quien siga leyendo.

El proyeccionista dijo:

— Señoras, señoritas, caballeros cadetes, señores…

Olvidé decir que la cosa ocurría en Ávila, allá en diciembre del 1937, cuando la primera promoción de aquella Academia de Infantería cursaba en Santo Tomás.

Las señoras, las señoritas, los caballeros cadetes y los señores se dispusieron a escuchar. Entonces, el proyeccionista confesó que se había hecho un lío con el orden de los rollos de la película, que había proyectado por error unos antes que otros y que por su causa la buena marcha del argumento andaba garringarreando. Que pedía disculpas al distinguido público y que anunciaba que iba a restablecer la situación, con lo cual, además de comprender todo lo que pasaba, íbamos a tener la ventaja de ver de nuevo el rollo del mercado de esclavas. Dicho lo cual se retiró por el lateral derecho. Una voz clara y rotunda inició la ovación con un grito que sonaba a satisfecha gloria:

— ¡¡Arriba el campo!!

Y todos contestamos lo que se contestaba, tras de lo cual, en medio de enormes ovaciones, el proyeccionista hubo de saludar repetidas veces.

Se gritaba “¡Arriba el campo!” en medio de una apabullante marcha, al paso de una chica guapa, al cruzar un pueblo, al liquidar una cuenta, en el final conciliatorio de una bronca. Desde Rusia recibí yo una postal en la que alguien me decía: “Aquí estamos defendiendo la civilización occidental, con buena temperatura y ¡arriba el campo!
Rafael García Serrano

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