miércoles, 2 de abril de 2008

Como se pide

1993 - 2 de abril- 2008
A 15 años de la muerte de Walter Beveraggi Allende

“Creemos haber concluido nuestra exposición sucinta de la «teoría cualitativa» dentro de un marco estricto de rigor científico. Vale decir, de objetividad, y a la vez de prescindencia de toda tentación ideológica o emocional.
Pero como la Economía es Política,esto es, se refiere a los seres humanos con todo lo que les es característico: intereses, emociones, ideologías, apetencias, etc., no creemos improcedente hacer una referencia —a guisa de «apéndice»— a las obvias implicancias políticas de la estrategia «monetarista» que hemos analizado con bastante amplitud, a lo largo del presente trabajo. Pues de abstenernos de hacerlo, cualquiera podría inculparnos de «remisos», de faltos de claridad y aún de inconsecuentes con la verdad total.
Por ejemplo, una pregunta que cualquier lector podría formularse, es la siguiente: ¿cómo se concibe que el sistema financiero «transnacional», cúspide contemporánea del aparato capitalista liberal, pueda promover el infinito fortalecimiento económico del «sector público», en desmedro del «sector privado», si eso podría significar la ruina de la «libertad económica individual» y de la «iniciativa privada», que son a su vez los pilares —sin duda alguna— del sistema liberal, propiamente dicho?
Nuestra respuesta a dicha pregunta es, así lo creemos, tan simple como evidente.
El poder financiero o sistema financiero «transnacional» es hoy en día una estructura monopólica u oligopolistica, prácticamente total. Su accionar, a través de la estrategia práctica del monetarismo, a nivel mundial, así lo ha puesto de relieve. Pero esa estructura no es solamente y estrictamente económica sino que sus alcances, sus designios, son claramente políticos, según se ha explicitado, sin ningún disimulo en esta década de los años setenta que acaba de transcurrir.
La Comisión Trilateral, culminación de una serie de mecanismos preliminares que alcanzaron notable vigencia e influencia «supranacional», así lo acredita. Y esa Comisión aspira, en buen romance, al «gobierno mundial».
Multitud de publicaciones, en los últimos 4 ó 5 años, revelan sin ningún recato en las aspiraciones hegemónicas de la Comisión Trilateral, que no es otra cosa —en su integración— que un «pool» de banqueros, por una parte, y por la otra de titulares o ejecutivos de las más grandes empresas «multinacionales», de tres procedencias (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) y, de ahí, la denominación trilateral. A estos que son los principales y verdaderos pilares de esa estructura le suman, diría yo en calidad de «adorno», y con propósito de disimulación, a periodistas, profesores universitarios, dirigentes sindicales y políticos, etc.
En la abundante literatura provenientes de los propios voceros oficiosos y propagandistas de la «Comisión», se hace mención a nuestro planeta Tierra como la «aldea planetaria», que en la era «espacial y tecnológica» que estamos viviendo, tiene que prepararse para las grandes aventuras extraterrestres, administrándose para ello con la máxima eficiencia y coherencia posible, para lo cual habrá que dejar de lado todo género de «pamplinas», como serían las estructuras y recelos nacionales, los objetivos culturales independientes, las soberanías y, desde luego las mismas ideologías que acompañaron a estas ya anacrónicas concepciones nacionales e individuales. En tanto que los grandes magnates financieros y empresarios pensarán y obrarán por nosotros, en todo lo que compete a la conducción y administración de la «aldea planetaria», y de nosotros, los míseros integrantes del «hormiguero humano».
Los grandes cerebros al servicio de esta estructura y superpoder «mundialista», como Zbigniew Brezinski, verdadero «primer ministro», sin cartera, del presidente Carter, de los Estados Unidos, nos lo han dicho con paladina claridad, en libros recientes, como «La era tecnotrónica» (1977): Los problemas fundamentales de incompatibilidad entre el Este y el Oeste (o sea, entre el «bloque comunista» y el «mundo libre») tienen que ser resueltos a través de la permeabilidad del factor tecnológico de la asistencia financiera y del «management» empresario multinacional. Y en sendos libros perfectamente documentados, como «VODKACOLA» (subtitulado: «Las secretas complicidades de los imperialismos capitalistas y comunistas»), el periodista canadiense Charles Levinson, se ilustran profusamente las manifestaciones de interpenetración entre los bloque aludidos, ya concretadas en los últimos 25 ó 30 años.
De ahí las ingentes inversiones del «clan» Rockefeller en la Rusia soviética, destinada al desarrollo petrolero. De ahí los desplazamientos de FIAT y otras muchas empresas multinacionales de primera magnitud, que sin prejuicios aparentes realizan su afincamiento en territorio soviético, o en países satélites de la Unión Soviética. Y viceversa de grandes empresas estatales soviéticas que se emplazan en los países occidentales.
Todas las evidencias prácticas tienden, pues, a demostrar que los jerarcas financieros y de las principales empresas «multinacionales» de Occidente no tienen, a esta altura, prevenciones políticas de ninguna naturaleza respecto de los regímenes totalitarios comunistas y, en particular contra la cúpula burocrático-militar que encabeza la Rusia Soviética. Muy por el contrario, el «vaso comunicante» tecnológico y financiero parece haber tendido un «puente de plata» entre estas dos jerarquías de neto cuño materialista. Y los banqueros de Occidente que son, a su vez, la «cumbre» del mundo capitalista parece convencidos que el sistema comunista puede, en última instancia, ser la mejor manera de «organizar» a todos los pueblos, ya que las «naciones» o dejarían —o habrán dejado— de existir conforme a la filosofía que sus voceros y sus actitudes vienen poniendo de manifiesto.
Esto tiende a explicar, a todas luces, la estrategia monetarista y a compatibilizarla, a la vez, con los «planes mundialistas». Por las siguientes razones.
Hemos dicho, por una parte, que el monetarismo propicia, en forma sutil pero despiadada, la expansión ilimitada del «sector público», a la vez que el aniquilamiento progresivo del «sector privado» de la economía nacional. Esto, en la práctica, significa propiciar la «socialización» o «comunistización» de un país, o de todos los países en que sus proposiciones se aplican pues, en definitiva, lo que caracteriza al comunismo o socialismo moderno es el «capitalismo de Estado», en que el control de los medios de producción —y la producción misma— depende de las decisiones del «sector público» con exclusividad.
Por otra parte, dicho esquema monetarista conduce a la propagación y auge desorbitado del «sector financiero», tanto en el orden nacional como internacional, pues dicho sector no es «productor» ni «consumidor», sino tan sólo prestamista de dinero —se beneficia no solamente con las altísimas tasas de interés y la restricción crediticia bancaria que le permiten expandirse indefinidamente, sino también, y muy principalmente, con las maniobras especulativas, agiotistas, usurarias y monopolísticas a que da lugar en escala progresiva el raquitismo y decadencia del sector «privado» de la economía—.
Este auge de la «internacional financiera» no está reñido, por cierto, con el afianzamiento de las «empresas multinacionales» o «transnacionales», las cuales —según es público y notorio— están estrechamente emparentadas y asociadas con la alta banca y la estructura financiera internacional.
Una lógica elemental nos lleva a suponer que, una vez afianzado el «sector público» y el capitalismo de Estado en Occidente, el paso adicional sería de una simplicidad total: los jerarcas financieros que han manejado este proceso en el mundo capitalista, simplemente tendrán que cambiar las «marionetas» de los países «democráticos», de las cuales se han servido hasta ahora, y convenir con las «élites» burocráticas de los países comunistas los términos para el manejo «mundialista» que unos y otros persiguen en la práctica, aunque inspirados originariamente en diferentes motivaciones.
De todas maneras, sus elementos comunes —el internacionalismo, el materialismo y, por ende, la ausencia de frenos éticos o morales— facilitarán plenamente sus designios, también comunes.
Y no cabe duda que el comunismo ha puesto en evidencia una eficacia siniestra y contundente, para convertir a los pueblos en rebaños, y al género humano en el «hormiguero» que es el desideratum de «mundialistas» y comunistas”.

Fragmento de su obra: Teoría cualitativa de la moneda

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ruego a los editores que, a la brevedad posible, se subsanen algunos defectos o errores ortográficos detectados en este post.

CabildoAbierto dijo...

Gracias por su aviso. Lo animamos a que continúe señalándonos los errores, para así mejorar la presentación del Blog.
Un fuerte abrazo.