sábado, 20 de diciembre de 2008

Guiones homiléticos


SERMÓN DE UN SACERDOTE
QUE REALMENTE CREE EN
LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO

En presencia de los acontecimientos que se suceden en la Iglesia católica desde hace alrededor de cincuenta años, y también en previsión de los que actualmente se preparan, a veces se hace difícil no vivir con un cierto estado de angustia, o por lo menos, de relativa angustia.

Por esto es que hay que estar listos: listos para enfrentarse a todo peligro.


Sin duda, ustedes esperan que nosotros los animemos a luchar por el Reino Social de Nuestro Señor, a combatir a todas las fuerzas que se han coaligado en contra de la Iglesia, en contra de las naciones católicas de este continente, en contra de todo aquello que permitió la construcción y el desarrollo de la Iglesia y de estas naciones.


Por cierto, nuestro deber es animarlos, y no contribuir a su desánimo. Nuestra misión es, evidentemente, esclarecer las inteligencias y fortalecer las voluntades a fin de llegar a un cierto resultado.


Quizás seamos acusados de “integristas”, “fascistas”, “fundamentalistas”… Verdaderamente son éstas, hoy en día, las acusaciones por excelencia, las que dispensan de todas las otras como de todo argumento de razón. Son las acusaciones que se dirigen contra quienes rechazan cualquier compromiso con las locas doctrinas ecumenistas, sincretistas, gnósticas, laicas, marxistas, socialistas, liberales, democráticas y demagógicas.

Formemos parte de los que rechazan tales compromisos.


No nos conmueven ni el hombre nuevo, ni el mundo nuevo que tantos de nuestros contemporáneos ven aparecer en el horizonte… pero del que hace poco nos separaba un océano de sangre roja.


Temo que en nuestras filas (y por eso las culpo) han aparecido ciertas indulgencias que, sin quererlo expresamente, contribuyen sin embargo al ablandamiento de las costumbres y de las convicciones religiosas, y finalmente llevan a la ruina de la sociedad cristiana, de todo lo que fue y debería permanecer en la Iglesia y en la nación cristiana.


No estamos del lado de esos Obispos que son más protestantes que católicos, ni estamos del lado de esos sacerdotes que han traicionado el ideal de Cristo, reemplazándolo por un ideal humanista, sentimental, humano, carismático.


Nosotros nos quedamos con Jesucristo y por Jesucristo, con los Santos que han santificado tantas almas y tantas naciones; nos quedamos con los hombres ilustres que han querido devolver a sus naciones su carácter cristiano. Que no se busque en estas palabras alguna segunda intención política: el verdadero remedio es la vida cristiana.

“Y ustedes, estén listos”, tal es lo que decía Nuestro Señor a sus discípulos; pero Nuestro Señor jamás les sugirió, según las circunstancias, que se disfrazaran de liberales, revolucionarios, socialistas u oportunistas.


Sean ustedes mismos, permanezcan siendo mis discípulos por medio de la fe y las costumbres, es decir, como hombres de la justicia y de la caridad.


Estén listos para los combates de la vida privada o de la pública que la misma existencia reserva para ustedes.


No desvíen sus miradas de la Iglesia, aunque hoy se halle ensuciada, aunque por momentos les disguste cuando le da la espalda a Nuestro Señor para irse a vociferar junto a los lobos; todo eso no es la Iglesia santa e inmaculada.

¿Están decididos? Entonces, estén listos para defender los valores morales y espirituales de sus naciones, empezando por la fe católica que las ha nutrido desde la conquista evangelizadora.


Como la revolución francesa ha tenido aquí una gran influencia, es bueno recordarlo: los principios del pensamiento iluminado por las logias masónicas, por sus falsas doctrinas filosóficas, habían ido arruinando poco a poco las creencias religiosas en los llamados espíritus superiores.


Hoy todavía, y quizás más que nunca, la masonería, el socialismo, la escuela laica, trabajan más directamente sobre las almas de los niños para preparar la derrota general, para la descristianización de las masas. Han creado un antagonismo sordo y latente que sólo pide traducirse en hechos.

Entonces, vigilemos y recemos, fortalezcamos nuestros corazones y nuestros ánimos. Dios ha dotado al hombre de una cabeza, de un cerebro capaz de pensar y resolver, de una voluntad capaz de actuar, con la ayuda de la gracia.


Por lo tanto, luchemos, defendámonos. Hagamos cada uno lo que esté a nuestro alcance para frenar el mal, para forzarlo a retroceder.


Trabajemos por la Iglesia, por el Reinado de Jesucristo en nuestras naciones, por ese reino que es el único que puede traer al mundo el orden y la paz de una verdadera fraternidad, arraigada en la Tradición y en las sanas tradiciones.


El pasado vive en nosotros: el mensaje de Jesucristo a nuestros hermanos, la conquista de América para el catolicismo, los primeros misioneros, los mártires, los santos Obispos, todas nuestras tierras impregnadas de cristianismo.


¿Qué necesidad tenemos, entonces, de los Mc Donald's, de la vida soft, del hombre light, etc., de toda esa “cultura” que no es la nuestra?

Hoy se levantan dos concepciones del mundo:


Una es la concepción providencial y sobrenatural, la concepción religiosa que reposa sobre la revelación, concepción que por encima de todo eleva los derechos de Dios, proclamando siempre la supremacía de lo espiritual por sobre lo material, poniendo ese edificio espiritual y divino bajo la salvaguarda de esa sociedad perfecta querida por Dios, instituida por Jesucristo, que es la Santa Iglesia. El hombre tiene un destino: obtener su salvación. Todo el resto le está subordinado.

La otra concepción del mundo y del hombre descansa sólo sobre la razón. Y se confía en el orden natural. Dios, como una hipótesis inútil, es rechazado por la naturaleza, por la ciencia, por la sociedad.

Un sistema así no puede admitir y ni admitirá sino una sociedad humana: la Ciudad o el Estado. Existirá una sola ley, la que hace el hombre. Dicha ley pretende que no se sienta obligado más que por su conciencia. Esta concepción ha tomado el nombre de laica: ciencia laica, estado laico, sociedad laica, escuela laica. Ese principio laico llega a la divinización del Estado, como la encarnación del poder del hombre, implacable en sus exigencias cada vez más y más extremas, para avanzar hasta el Estado totalitario.

¿Qué vamos a hacer nosotros, a quienes se nos acusa de no haber sabido nunca oponer una resistencia? ¡No capitular! Católicos, no podemos capitular. El ausentismo religioso y aun político sería un inmenso peligro.


La religión está implicada en todo. Cuando Dios haya vuelto a sus almas, volverá a la sociedad, pues lo que salva es la verdad y sólo la verdad.


Por todo esto, estén listos, sean los batallones de élite con los cuales cuenta la Iglesia para vencer a los adversarios, que sí están siempre listos y organizados: todos los días nos dan prueba de ello.


En el nombre de Dios, por la salvación de nuestras naciones, por la defensa y el progreso de la Iglesia, por la felicidad y el bien de la humanidad: ¡preparémonos, estemos listos!


Padre …

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