sábado, 17 de enero de 2009

La voz del interior


GUALEGUAYCHÚ:
LO QUE NO SE DICE

Un puñado fiel de amigos y de camaradas oriundos de la hoy convulsa Gualeguaychú, nos ha hecho llegar estas reflexiones. Se trata de católicos cabales, que agrupados en el “Centro de Estudios León XIII”, militan y trabajan en pro de la Iglesia y de la Patria. Cansados de que su ciudad sólo sea conocida por los endemoniados carnavales, por los cortes de ruta o por alguna damisela siempre pronta a desvestirse en público, nos retratan en dos trazos la real situación que atraviesan.

Cuando nos dispusimos a escribir nos indujeron a que adecuásemos nuestra reflexión a los problemas corrientes de la gente. Había que sacarse el smoking propio para lucir esa tan ignorada ciencia llamada filosofía. Hoy la intelectualidad se conduce con una serie de silogismos enunciados casi siempre en el lenguaje del pensamiento único, y expuestos con una soberbia tal, que no permite que ningún ser pensante afirme lo contrario.

Por ello pensamos optar por el trajinado ropaje de tela gruesa, símbolo del trabajador, que a diario con su esfuerzo sigue construyendo el mundo, pese a los denodados esfuerzos para evitarlo de parte de todos aquellos que con arrojar migajas debajo de la mesa se sienten cómodos.

Dejamos después el traje del obrero, para no ofender a esta clase en extinción y desprotegida de toda política cristiana, y nos cubrimos con el uniforme andrajoso del pordiosero, para poder comprender los motivos de tanta iniquidad, desde lo más profundo de la fatiga y del infortunio.

Resulta cómodo pensar desde la condición del señor de los harapos, porque quien los luce, de tantos pesares padecidos, ha accedido, aunque más no sea por descarte, a ese camino siempre edificante de la contemplación.

Para transitar este sendero solamente se requiere esa disposición humilde de la persona por medio de la cual comprende que no fue creado para arrogarse el derecho de corromper el orden natural sabiamente creado por Dios. Su destino natural es la ordenación de su conducta hacia la conquista de la vida eterna. ¿Por qué entonces se puede lucir con hidalguía los harapos? Porque son los que permiten visualizar este embrollo con un inicio ya más que centenario, pero sin un final previsible.

Nos referiremos escuetamente a la problemática de Gualeguaychú. Lo haremos desde la realidad, pues es desde el lugar que se construye todo análisis realista. No desde el Gualeguaychú de hoy, sino del Gualeguaychú de hace casi medio siglo, con sus avances y retrocesos, con sus logros y sus penurias.

Muchas son las cosas que al respecto se pueden acotar con certeza. En lo educativo, la trama social se encuentra afectada delicadamente, pues más del 45% de los niños que a los seis años comienzan, con la emoción y las esperanzas de los padres, la escuela primaria, al llegar a los diecisiete años, doce años después, quedan en el camino, sumergidos en la más desdichada frustración. Superan los ochocientos el número de los jóvenes que se suman involuntariamente en la lista de los excluidos; y supera los tres mil el número de chicos que se ven obligados a deambular sin esperanzas.

También es cierto que hay menos trabajadores, con el inexplicable agregado de que el producto bruto interno aumentó en un año el 44,1%. El salario cada día representa menos en el proceso distributivo del producto bruto generado. En el año 1971, por ejemplo, la retribución al trabajo representaba el 58,3% del producto bruto interno. Hoy en día, los trabajadores, deben contentarse con solamente el 35,9%. Sin necesidad de aportar mayor número de datos para no atosigar con tantos números, es por demás elocuente que esa separación entre los que avanzan y los que retroceden se bifurca en un apartamiento sin retorno. El incremento de las enfermedades laborales, como así también el progresivo aumento de las discapacidades adquiridas es una clara muestra de lo expresado.

La causa, aunque no se quiera advertir, es la concentración de las actividades económicas en pocas y usureras manos, y fundamentalmente la extranjerización (mal llamada privatización) de las empresas públicas y privadas argentinas, que hace tiempo eran orgullo de los argentinos en general, y de sus trabajadores, en particular. Sería importante que los medios masivos de comunicación analizaran, por caso, el devenir de Mijaíl Jodorkovski como responsable máximo de la empresa petrolera estatal rusa Yukos.

Pero aunque parezca paradójico, ese alejamiento de ingresos y bienes se vuelve efímero, pues los privilegiados, a través de la negociación, buscan siempre el beneficio individual o sectorial, sin preocuparse por el que está del otro lado, al cual se lo concibe como un enemigo. Esa lógica de la negociación echa por tierra toda posibilidad de diálogo sincero, a través del cual se puede servir al bien común, para poder vivir con dignidad en una comunidad.

En el otro extremo, está el que va perdiendo paulatinamente la indispensable presencia comunitaria. Aunque más no sea por necesidad, se refugia en el ocio, ese estado del alma. Como dice Carlos Lassa, el ocio se manifiesta en una forma de callar, en un no anticiparnos a nada con nuestro hacer para que podamos percibir la realidad tal cuál es. Así como sólo puede oír el que calla, así también sólo puede percibir lo real el que no se anticipa a la mostración de las cosas, y las deja ser aquello que son. Bien lo decía Marcel de Corte en su “Humanismo económico”: “Al hombre, divorciado del mundo y sin embargo hecho para el universo, no le queda otro recurso que edificar un mundo artificial que suplante al universo real: ya no pretende conocer el mundo, sino cambiarlo. Ateo, indiferente o replegado en su ser mutilado, y no obstante hecho para Dios, levanta ídolos sobre el pedestal, que abate constantemente, para reemplazarlos por otros igualmente falaces”.

Quizás sea el tiempo de colocar nuevamente a la filosofía en el pedestal que se merece. Pero no a esa filosofía que se ocupa exclusivamente del sujeto pensante, sino aquella filosofía atraída y preocupada por el objeto que puede ser pensado. La única manera de emerger de las tinieblas es vivir sometidos, no la ciencia y a la técnica, sino al plan de Dios, y al destino del hombre por Él creado.

Centro de Estudios León XIII

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