domingo, 24 de julio de 2011

Meditaciones marianas

LA INFLUENCIA DE MARÍA MEDIADORA
  
  
Hay muchos ilusos que pretenden alcanzar la unión con Dios sin recurrir constantemente a Nuestro Señor que es el camino, la verdad y la vida. Otro error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar por María, a quien la Iglesia llama, en una fiesta especial, Mediadora de Todas las Gracias. Los protestantes cayeron en este error. Sin llegar a esta desviación, hay católicos que no comprenden la necesidad de recurrir a María para conseguir la intimidad con el Salvador. San Luis María Grignon de Montfort habla también de “Doctores que no conocen a la Madre de Dios, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente; que temen abusar de la devoción a la Santísima Virgen, hacer injuria a Nuestro Señor honrando demasiado a su Santísima Madre. Si hablan de la devoción a María, no es tanto para recomendarla como para reprobar las exageraciones”; dan la impresión de creer que María es un impedimento para conseguir la unión con Dios.
  
Hay, dice el Santo, una gran falta de humildad, en menospreciar a los mediadores que Dios nos brinda, teniendo en cuenta nuestra debilidad. La intimidad con Nuestro Señor nos es grandemente facilitada mediante una verdadera y profunda devoción a María.
  
Para formarnos idea exacta de esta devoción, veremos qué se entiende por mediación universal y cómo María es la medianera de todas las gracias; según lo afirma con la Tradición, el Oficio y Misa de María Mediadora que se reza el 31 de mayo. Mucho se ha escrito sobre el asunto en estos últimos tiempos; consideraremos esta doctrina en sus relaciones con la vida interior.
          

¿Qué se entiende por mediación Universal?
  
“Al oficio de mediador”, dice Santo Tomás (“Suma Teológica”, III-26-1), “corresponde el acercar y unir a aquéllos entre quienes ejerce tal oficio; porque los extremos se unen por un intermediario. Ahora bien, unir los hombres a Dios es propio de Jesucristo que los ha reconciliado con el Padre, según las palabras de San Pablo (II Corintios, 5, 19): Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Jesucristo. Por eso sólo Jesucristo es el perfecto mediador entre Dios y los hombres, cuanto por su muerte reconcilió con Dios al género humano.  Igualmente, después de decir San Pablo: Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hecho hombre, continúa: «que se ha entregado en rehén por todos». Nada impide, sin embargo, que, en cierto modo, otros sean llamados mediadores entre Dios y los hombres, en tanto cooperan a la unión de los hombres con Dios, como encargados o ministros”.
  
En este sentido, añade Santo Tomás, los profetas y sacerdotes del Antiguo Testamento pueden llamarse mediadores; y lo mismo los sacerdotes de la nueva Alianza, como ministros del verdadero mediador.
  
“Jesucristo”, continúa el Santo (“Suma Teológica”, III-26-2), “es mediador en cuanto hombre; porque en cuanto hombre es como se encuentra entre los dos extremos: inferior a Dios por naturaleza, superior a los hombres por la dignidad de su gracia y de su gloria. Además, como hombre unió a los hombres a Dios enseñándoles sus preceptos y dones, y satisfaciendo por ellos”. Jesús satisfizo como hombre, mediante una satisfacción y un mérito que de su personalidad divina recibió infinito valor. Estamos pues ante una doble mediación, descendente y ascendente, que consistió en traer a los hombres la luz y la gracia de Dios, y en ofrecerle, en favor de los hombres, el culto y reparación que le eran debidos.
  
Nada impide pues, que, como acabamos de decir, haya otros mediadores secundarios, como lo fueron los profetas y los sacerdotes de la antigua Ley para el pueblo escogido. Por eso podemos preguntarnos si no será María la mediadora Universal para todos los hombres y para la distribución de todas y cada una de las gracias. San Alberto Magno habla de la mediación de María como superior a la de los profetas, cuando dice: “María fue elegida por el Señor, no como ministra, sino para ser asociada de un modo especialísimo y muy íntimo a la obra de la redención del género humano”.
  
¿No es María, en su cualidad de Madre de Dios, naturalmente designada para ser mediadora universal? ¿No es realmente intermediaria entre Dios y los hombres? Sin duda, por ser una criatura, es inferior a Dios y a Jesucristo; pero está a la vez muy por encima de todos los hombres en razón de su maternidad divina, “que la coloca en las fronteras de la divinidad” (Cayetano), y por la plenitud de la gracia recibida en el instante de su concepción inmaculada, plenitud que no cesó de aumentar hasta su muerte.
  
Y no solamente por su maternidad divina era María la designada para esta función de mediadora, sino que la recibió y ejercitó de hecho.
  
Esto es lo que nos demuestra la Tradición, que le ha otorgado el título de mediadora universal, aunque subordinada a Cristo; título por lo demás consagrado por la fiesta especial que se celebra en la Iglesia universal.
  
Para bien comprender el sentido y el alcance de este título, consideremos que le conviene a María por dos razones principales: 1º, por haber ella cooperado por la satisfacción y los méritos al sacrificio de la Cruz; 2º, porque no cesa de interceder en favor nuestro y de obtenernos y distribuirnos todas las gracias que recibimos del cielo.
  
Tal es la doble mediación, ascendente y descendente, que debemos considerar, para aprovecharnos de ella sin cesar.
  

María nos obtiene y nos distribuye todas las gracias
  
Es ésta una doctrina cierta de la Madre de todos los hombres; como Madre, se interesa por su salvación, ruega por ellos y les consigue las gracias que reciben.
  
En el Ave, Maris Stella se canta:

Solve vincla reis,
Profer lumen cœcis,
mala nostra pelle,
bona cuncta posce.
  
Rompe al reo sus cadenas,
Concede a los ciegos ver;
Aleja el mal de nosotros,
Alcánzanos todo bien.
  
León XIII, en una Encíclica sobre el Rosario, dice: “Por expresa voluntad de Dios, ningún bien nos es concedido si no es por María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así generalmente nadie puede llegar a Jesús sino por María”.
  
La Iglesia, de hecho, se dirige a María para conseguir gracias de toda suerte, tanto temporales como espirituales, y, entre estas últimas, desde la gracia de la conversión hasta la de la perseverancia final, sin exceptuar las necesarias a las vírgenes para guardar su virginidad, a los apóstoles para ejercer su apostolado, a los mártires para permanecer invictos en la fe. Por eso, en las Letanías lauretanas, universalmente rezadas en la Iglesia desde hace mucho tiempo, María es llamada: “salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores y de las vírgenes”. Su mano es la dispensadora de toda suerte de gracias, y aun, en cierto sentido, de la gracia de los sacramentos; porque ella nos los ha merecido en unión con Nuestro Señor en el Calvario, y nos dispone además con su oración a acercarnos a esos sacramentos y a recibirlos convenientemente; a veces hasta nos envía el sacerdote sin el cual esa ayuda sacramental no nos sería otorgada.
  
En fin, no sólo cada especie de gracia nos es distribuida por mano de María, sino cada gracia en particular. No es otra cosa lo que la fe de la Iglesia declara en estas palabras del Ave María: “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte; amén”. Ese “ahora” es repetido, cada minuto, en la iglesia, por millares de fieles que piden de esta manera la gracia del momento presente; y ésta es la más particular de todas las gracias, varía con cada uno de nosotros y para cada uno en cada minuto. Aunque estemos distraídos al pronunciar esas palabras, María, que no lo está, y conoce nuestras necesidades espirituales de cada momento, ruega por nosotros y nos consigue las gracias que recibimos.
  
Tal enseñanza, contenida en la fe de la Iglesia, y expresada por la oración colectiva (lex orandi, lex credendi), está fundada en la Escritura y en la Tradición. En efecto, ya en su vida sobre la tierra, aparece María en la Escritura como distribuidora de gracias. Por ella santifica Jesús al Precursor, cuando visita a su prima Santa Isabel y entona el Magnificat. Por ella confirma Jesús la fe de los discípulos de Caná, concediendo el milagro que pedía. Por ella fortaleció la fe de Juan en el Calvario, diciéndole: “Hijo, ésa es tu madre”. Por ella, en fin, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, ya que María oraba con ellos en el Cenáculo el día de Pentecostés, cuando el Divino Espíritu descendió en forma de lenguas de fuego.
  
Con mayor razón, después de la Asunción, desde su entrada en la gloria, la Santísima Virgen María es distribuidora de todas las gracias. Como una madre bienaventurada conoce en el cielo las necesidades espirituales de los hombres todos. Y como es muy tierna madre, ruega por sus hijos; y como ejerce poder omnímodo sobre el corazón de su Hijo, nos obtiene todas las gracias que a nuestras almas llegan y las que se dan a los que no se obstinan en el mal. Es María como el acueducto de las gracias y, en el cuerpo místico, a modo de cuello que junta la cabeza con los miembros.
  
Ya desde este momento se comprende cuán necesario es hacer con frecuencia la oración de los mediadores, es decir, comenzar esta conversación filial y confiada con María, para que nos conduzca a la intimidad de su Hijo, y a fin de elevarnos luego, mediante la santísima alma del Salvador, a la unión con Dios, ya que Jesús es el camino, la verdad y la vida.
  

R. P. Garrigou-Lagrange, O. P.
  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nosotros los argentinos nos encomendamos a Nuestra Madre en las distintas Advocaciones como Lujan, del Valle de Catamarca, San Nicolas, pidiendole que nuestra patria vuelva a estar al servicio del Unico Bien.