sábado, 30 de junio de 2012

A propósito del “caso Bargalló”

EL SEGUNDO MANDAMIENTO

“Dios no se deja burlar”
                                                        Gálatas, VI, 7

         Tan luego en el Día del Pontífice traían los medios una noticia que parece ser la coronación del escándalo causado por Bargalló, el obispo traidor.

         La noticia aludida da cuenta de una misa concelebrada por Bergoglio y Casaretto en la Catedral Nuestra Señora del Rosario, de la diócesis Merlo-Moreno, a cuyo cargo supo estar el pastor infiel. Los concelebrantes osaron hacer el elogio de sus quince años de gestión, el público rubricó lo dicho con vítores y aplausos dirigidos al desertor ausente; y el Arzobispo de Buenos Aires —en uno de sus habituales desmadres— se atrevió a sugerir y a encomiar el presunto carácter martirial del renegado, diciendo de él que “trabajó para los pobres y esto le valió la persecución” (cfr. “La Nación”, 29 de junio de 2012, pág. 19, y AICA, 29 de junio de 2012).

            Así, lo que debió ser una ceremonia de desconsagración del clérigo felón, se convirtió en su homenaje, exhibiéndolo como víctima de quienes no habrían compartido su compromiso social. Lo que debió ser el necesario, reparador y legítimo vilipendio al mercenario, se trocó por una caracterización del mismo cual un cordero al que las fuerzas del mal acosaron, pero que no obstante dejó “a la Iglesia unida, humanitaria y misionera” (cfr. “La Nación”, ibidem).

         El descarriado llevaba por lo menos dos años de doble vida, cometiendo perjurio contra el Orden Sagrado e incurriendo en una repugnante fayutería propia de los fariseos. Pero para la ignominiosa dupla bergoglio-casarética es un detalle obviable que no merece reprobación explícita.

         Esto se llama tomar en vano el nombre de Dios. Es un pecado mortal contra el Segundo Mandamiento, y Santo Tomás de Aquino —analizándolo y explicándonoslo— recuerda la vigente condena de Zacarías (XIII, 13): “No vivirás porque has mentido en el nombre del Señor”.

         Pero la triste historia de Bargalló tiene capítulos previos igualmente lacerantes. No hablamos de los remotos, como su nombramiento a instancias de Mejía —cuya culposa inserción en la Iglesia Clandestina documentó oportunamente Carlos Alberto Sacheri— ni de su corrupción sacerdotal en manos de quienes no respondían a la Iglesia de Roma sino al Club de San Isidro; ni siquiera de antecedentes aún más lejanos y profundos, como el agudo proceso de desacralización desatado hace larguísimas décadas. Tampoco mentaremos ahora los desaguisados innúmeros de carácter doctrinal y litúrgico, perpetrados bajo su mandato episcopal.

         Hablamos escuetamente de lo sucedido las semanas anteriores. Bargalló mintió al decir que desconocía lo que las fotos probaban. Mintió después al reconocer que las fotos eran veraces, pero que no implicaban dolo pues la mancebía se consumaba con una amiga de los años infantiles. Mintió al decir que estaba  “totalmente comprometido con Dios y con la Iglesia en la misión que me ha encomendado”, y que “siento profundamente mi sacerdocio y la entrega al Señor Jesús” (AICA, Declaración del 19 de junio de 2012). Mintió con descaro, pública y ostensiblemente.

         Esto también se llama tomar en vano el nombre de Dios, porque “en ocasiones” —enseña el Aquinate— “vano quiere decir falso, como en este texto del Salterio (XI,3): ‘Todos dijeron cosas vanas a su prójimo [...]. Quien así procede injuria a Dios, a sí mismo y a todos los hombres” (Los Mandamientos comentados, II, 78-79).

         Otro capítulo previo habrá que recordar, y eso hacemos. Aceptada que le fuera la renuncia se nombró Administrador Apostólico de la diócesis al precitado Casaretto; esto es, a quien lo prohijó y cohonestó, amparándolo bajo su alero eclesiástico repleto de lobos. Como quien reemplaza a Fidel Castro por Lenin y a Judas por Caifás: así es la magnitud de esta burla.

         Para coronarla —ya sin ningún atisbo de temor de Dios y en el terreno mismo de la blasfemia— la invitación oficial a la misa por los quince años de la diócesis Merlo-Moreno, instaba a rezar y a agradecer a nuestro hermano y padre Fernando María que, durante todo este tiempo, ha demostrado la calidad de su vida y corazón, para que Dios lo bendiga y fortalezca en esta nueva etapa que le toca vivir” (AICA, 27 de junio de 2012). ¿Pero es que estamos hablando de una despedida de soltero? ¿Pero es que el adulterio, el perjurio, la doblez y el iscariotismo convierten a un pastor en modelo de corazón y de vida? ¿Acaso Dios puede bendecir sin más —esto es sin castigos y enmiendas públicos— a quien se hizo merecedor de las maldiciones lanzadas contra los fariseos? ¿Acaso “la nueva etapa que le toca vivir” es tan auspiciosa como un ascenso jerárquico conquistado a fuer de santidad y coherencia?

         También esto,claro, es tomar en vano el nombre de Dios, “porque algunas veces vano es sinónimo de insensato [...]. Por tanto, los que emplean el nombre de Dios insensatamente, como por ejemplo los blasfemos, toman el nombre de Dios en vano. A estos se refiere la Escritura cuando dice: ‘Quien blasfemare el nombre del Señor deberá morir ’(Lev. XXIV, 16)” (Santo Tomás de Aquino, Los Mandamientos comentados, II, 83).

         Algunos amigos dicen que, en este caso, Roma estaba mirando para otro lado. Puede ser. Pero es obligación de Roma mirar siempre a la Cruz, y si distrae o desconcentra la vista, las consecuencias no serán benéficas. Otros atemperan la responsabilidad vaticana aduciendo que la Santa Sede no puede estar minuciosamente al tanto de cada prete al que nombran obispo. También puede ser, lo concedemos. Pero además de que lo propio del buen pastor es conocer a cada oveja por su nombre (San Juan, 10, 11), ya hace demasiado tiempo que vienen resonando fuera de las fronteras domésticas las graves heterodoxias de Bergoglio. Lo menos que se podría hacer —no digamos lo necesario que es la categórica destitución y el castigo condigno— es estar doblemente vigilantes y atentos a lo que sucede en estos pagos, alrededor de tan culposo mercenario, en el sentido joánico del término.

         Hace muy poco tuvimos ocasión de adentrarnos en un valioso libro titulado Su Santidad Benedicto XVI y el sacerdocio; notable recopilación de textos editada por Aciprensa. Va de suyo que el modelo de sacerdote propuesto y exaltado por el Santo Padre está en las antípodas de este curerío adúltero, mentiroso y carnal del que Bargalló es apenas una patética muestra. Pero razón de más entonces para extremar el cuidado. No;decididamente Roma no puede mirar para otro lado.

         Entiéndanlo los fieles, porque el mundo jamás entendió nada. Los cuestionadores del celibato que marchen a buscar ganancias a otro río revuelto. Porque el revoltijo turbio de estas aguas no lo causa más la castidad que la herejía, ni menos el progresismo que la continencia.

          Lo de Bargalló no es primero ni principalmente una imprudencia. Tampoco es primero un pecado contra el sexto, el séptimo o el noveno mandamiento. Si robó los fondos de Caritas que vaya a la cárcel, que devuelva con creces el dinero a los pobres y se ocupen del caso “las sórdidas noticias policiales” de las que hablaba Borges. Si fornicó con la mujer del prójimo, que lo confiesen, le den una ducha fría y lo manden a prestar servicio a un leprosario. La Iglesia tiene larga y penosa experiencia en pecados de alcoba, y si quisiera, no le faltaría ciencia para remediar con justicia este nuevo episodio.

         Pero aquí estamos ante algo más tenebrosamente hondo, más crepuscular y sombrío, más pasible de suscitarnos el proverbial temor y temblor. Algo cuya plena intelección no se alcanza leyendo los periódicos sino el Apocalipsis. Aquí se ha burlado a Dios. Se ha ultrajado el Segundo Mandamiento, se ha violado el sacramento del Orden Sagrado, se ha dado escándalo, tal vez irreparable por muchísimo tiempo. Se ha empantanado el alma adulterina del culpable y la de quienes con complicidad lo homenajearon en  el irrespirable lodazal del sacrilegio.

         Todo esto, en su conjunto; huele más a pecado contra el espíritu que a pecado carnal. Y al fin de cuentas, el que puede lo más puede lo menos. Si obispos de esta laya pueden revolcarse gustosos en las oscuras defecciones morales, doctrinales y litúrgicas propias de la Iglesia de Pérgamo y de Laodicea, ¿por qué no habrían de vivir en concubinato con una gastronómica? Si se los ve protagonistas de tantos rebajamientos y adulteraciones del Sacrificio Eucarístico, ¿por qué habría de limitarlos un chapuzón lascivo en aguas caribeñas? Si son maestros del error cuando celebran, predican y enseñan, sin que la inteligencia les reproche nada, ¿por qué habrían de detenerse, reverentes y dignos, ante los umbrales de la pureza?

         Mientras con dolor de bautizado escribimos estas líneas —rumiando la sexta petición del Paternoster: no nos dejes caer en la tentación— se cumplen cuarenta años exactos de aquella grave y solemne alocución de Paulo VI, declarando que el demonio había penetrado en la Iglesia. Fue el 29 de junio de 1972. Así lo recordó oportunamente el interesante sitio Secretum meum mihi , agregando que desde entonces —y eso es lo peor— nadie dijo con igual solemnidad que había sido expulsado.

         No estamos en condiciones de hacer un juicio global al respecto, ni es tampoco nuestra competencia. Pero en lo que concierne a la patria argentina, hace apenas dos años que escribimos La Iglesia traicionada, dejando documentada constancia de que los demonios andan sueltos y disfrutando de formales poderes y autoridades. El desquicio que producen es literalmente infernal. Casos como el que ahora nos ocupa —y que, reiteramos, no llevan únicamente el nombre de Bargalló— no hacen sino confirmarlo.

         Que cuanto más ronde el diablo como león rugiente, más nos encuentre dispuestos a resistirlo firmes en la Fe. Es el pedido viril de San Pedro, en su primera carta. No se nos pide callar, ni disimular, ni mucho menos abrazarnos festivamente con los servidores del Maligno. Se nos pide resistir, que es el acto mayor y más sólido de la virtud de la fortaleza.
        
Antonio Caponnetto
    

viernes, 29 de junio de 2012

A propósito de un fallo judicial

LA RENOVADA AGRESIÓN
DEL LAICISMO
  
Ante la reciente noticia de que “la Sala III de la Cámara Civil y Comercial de Salta, a cargo del magistrado Marcelo Domínguez, ordenó al Gobierno provincial la adopción de medidas para hacer cesar la enseñanza obligatoria de religión católica en las escuelas públicas primarias” (cfr. el “Diario Judicial”, 2 de marzo de 2012, http:// www.diariojudicial.com/fuerocivilcomercial/No-religion-20120302-0002. html), y rodeado de opiniones diversas y dispares ante la medida, sería oportuno volver sobre algunos principios subyacentes al respecto.
 
Destacar el odio sistemático a la Santa Iglesia y el ataque a la verdadera tradición hispanocatólica de nuestra patria, no sería más que subrayar algo obvio.  Acusar al liberalismo sería refrescar algo advertido y pronosticado desde siempre por nuestros maestros.
 
En el sentido precedente, la decisión del gobierno salteño carece de toda originalidad y representa sólo un capítulo más de una agonía —moral, principalmente— que parece no terminar nunca.  Pero además, laten desde el fondo de esta decisión algunos falsos principios, sobre los cuales queremos reflexionar esquemáticamente.
 
1) La neutralidad religiosa no existe.  El abstencionismo ante las preguntas fundamentales de la vida no es posible.  El llamado laicismo —como una simulada neutralidad frente a la religión— no es dejar en suspenso la vida de la fe, es ir en contra de ella.
 
Si la Justicia ordenó a la gobernación de Salta cesar las clases de religión católica que se imparten en colegios primarios públicos, ya que se trata de “actividades lesivas a la libertad de culto y el respeto a las minorías”, según dice el fallo; y si ahora el gobierno provincial deberá “adoptar las medidas necesarias para que cesen las prácticas religiosas en establecimientos públicos”, nos preguntamos: ¿Cómo será entonces la experiencia cotidiana de la vida escolar?  ¿Qué decirle a un niño ante la certeza inexcusable de la muerte, cómo llenar el alma inocente que se pregunta por el misterio del dolor, de la enfermedad o del final terreno que se asoma indefectible al abismo de la eternidad?  ¿Hay que hacer silencio hasta el próximo decreto del Ejecutivo, esperar el siguiente fallo judicial, o aguardar expectante que suene oportuna la campana indicando el recreo?
 
Ante la inocente admiración infantil frente al paisaje salteño, y la pregunta propiamente humana de su causalidad, ¿hay que negar a Dios Creador?  ¿Aludimos entonces a un cosmos anónimo y azaroso que ha generado semejante maravilla?  ¿Hablamos del templo ecologista del dios sol y la diosa tierra?  ¿O tal vez debamos referirlo al mérito de la última gestión de gobierno?
 
Simplemente, una Causa se reemplaza por otras causas, pero alguna razón debe darse.  ¿Hay que negar el sentido redentor de la Cruz y la esperanza de la Resurrección, y a cambio acudir al proceso de descomposición de los cuerpos y, claro, al interminable circuito reencarnacionista —para acatar dócilmente la moda reinante—, para aliviar solícitos el ansia de felicidad de todo hombre?  ¿No es esto una pseudo explicación de alcance religioso para el principio y fin de la vida humana?
 
No hay que ser perito en sociología para notar que el vacío de la fe lo ha llenado indefectiblemente la superstición, en sus más variados y extravagantes matices, porque —como decía el querido Padre Castellani— el hombre es un animal que busca a qué atarse.  La contradicción, la falta de sustento intrínseco del relativismo, en fin, la ridiculez, todo está metido aquí en el plano más grave que es el religioso.
 
¿Cómo sería el planteo que el mundo propone y que se supone que debemos acatar?  ¿Hay que dejar de recitar el Avemaría, descolgar el Crucifijo y abandonar el rezo del Rosario, pero hay que parar el país por el carnaval?  ¿Es obligatorio hablar de los jóvenes soñadores y revolucionarios de la década del ´70 que tanto lucharon por un paraíso en la tierra, de la segunda guerra mundial según las categorías ideológicas de los vencedores, y venerar al masón Sarmiento con sometimiento reverencial y dogmático?  ¿Hay que prohibir a un niño que dé gracias a la Providencia por el pan de cada día y que vaya creyendo que absolutamente todo es por mérito y fatiga de él o de sus padres?  Insistamos pues: frente a la verdad no es posible el escepticismo.  Así como ni el relativismo en todo ni el escepticismo absoluto existen, tampoco es cierto el pacifismo falaz que elimina cualquier tipo de confrontación o que huye pavoroso de todo atisbo de incompatibilidad.
 
¿Quieren neutralizar la fe católica, quieren expulsar a Dios de las escuelas, quieren negar el reinado de Cristo?  Que lo hagan, porque son sus enemigos, pero no podemos acoger ingenuos el tono paródicamente diplomático con que algunos lo plantean, porque es un contexto de agonía y de contienda el único que cabe ante el dilema de dos amores que se excluyen mutuamente.  Basta de sofismas, de argucias y de dejarnos engañar con una batalla por la espalda en la que parecen ser especialistas. La confrontación es inevitable.
 
2) El juez Marcelo Domínguez dispuso prohibir que el rezo y otras prácticas del catolicismo fueran obligatorias para todos los niños, fundamentando la decisión en la necesidad de garantizar la imparcialidad y la libertad de conciencia.
 
Sepámoslo, católicos y no católicos: el no rezo también es una actitud activa, es una toma de posición frente a Dios y al misterio.  Es una clara actitud confrontativa, ofensiva, impugnadora de la verdadera Fe.  ¿Qué le dice al hombre moderno el dictamen divino: “el que no está Conmigo está contra Mí” (San Lucas, 11, 23)?  ¿Cuál es el punto intermedio que han hallado, o la laxitud en la sentencia para proponer una tercera opción?  El laicismo es odio a Dios, al Dios verdadero, es rechazo de la verdad y deserción de la eternidad.
 
Algunos parecen desconocer que hay una contradicción, una incompatibilidad absoluta entre el relativismo y el mensaje evangélico, que nos pide ser sal de la tierra.  El apostolado no es un taller de inquietudes ni está en juego la afiliación a un club de beneficencia.  No es un voto telefónico lo que pide la Buena Nueva, sino el alma y la vida entera.
 
3) El ministro de educación Roberto Dib Ashur consideró que la asignatura [Religión Católica] “debe ser más abarcativa” y que se está estudiando la forma de concretarlo.  El tema es que si es más abarcativa deja de ser católica, paradójicamente, porque la Iglesia es abierta y tolerante con la gente pero no con las ideas mendaces.  Por otra parte, se ha querido equiparar tal medida a la lógica de un prospecto farmacológico, como si fuera imposible desestimar las contraindicaciones —como es enseñar la religión católica, claro— pero enfatizando los principales efectos terapéuticos y demás beneficios de la dosis.
 
La enseñanza de la religión en las escuelas públicas —dijeron algunos— constituye un derecho de los padres y de los niños y niñas y un deber de los establecimientos en función del desarrollo integral de los alumnos.  Las convicciones religiosas son un factor positivo en la vida personal y social.
 
Peligroso beneplácito, a nuestro entender.  Como si debo decir siempre la verdad porque las rabietas no expresadas son patógenas para el hígado o  si debo vivir alegre porque la expansión vital de un alma gozosa mejora el funcionamiento arterial y la calidad de vida.  El deber de justicia por el cual debo ser veraz siempre y la herencia eterna de los hijos de Dios que me hace vivir anticipadamente la alegría del Cielo, ¿qué lugar ocupa en este extraño escalafón de prioridades y exigencias?
 
Doblemente peligrosa en realidad tal afirmación, porque las convicciones religiosas son muy buenas para la vida, sólo si son verdaderas.  Triple falacia en rigor, porque se ha invertido el razonamiento.  No es que Dios viene bien para cubrir un costado que han descubierto eminentes filósofos o el  mismo ministro de educación, sino que ese anhelo de salvación responde a su fin último para lo cual está hecho desde el principio, que es Dios Creador.
 
Mayor ambigüedad aún: la educación religiosa escolar no puede pretender llevar a la persona a adoptar una determinada religión, sino que debe reducirse a presentar al alumno los elementos indispensables para que éste pueda tener una ilustración completa acerca del hecho religioso y a plantearse personalmente su realidad en este campo. Es un planteo confuso, porque la transmisión de la fe  no es  una ronda de opiniones.  Por lo demás, desde luego que el corazón humano es el último receptáculo que acepta libremente la fe.
 
Como católicos hemos de saber que no es lo primero sostener  el libre ejercicio del culto.  No, el primer deber es proclamar el reinado de Cristo. Es anunciar a todo el mundo el mensaje del Evangelio.  Es la vocación misionera y testimonial de la Iglesia, que tiene a las piedras aguardando expectantes por si Ella no hablara.  Se dijo que la Iglesia no hace proselitismo.  Desde luego, pero hace apostolado, a riesgo de condenarse si no lo hiciera.
 
4) Finalmente,  por si esta falacia del escepticismo dogmático no fuera suficiente, debemos soportar la manipulación política en manos del sistema, que utiliza sus garfios sólo para mantenerse maquiavélicamente en el poder, a costa de cualquier inmoralidad.
 
Cómo contrasta el totalitarismo del Estado para imponer sus ideas con las limitaciones a la manifestación pública de la Fe.  Cuando les conviene acuden frenéticos al mágico consenso de la mayoría inapelable; cuando no, al respeto por las minorías.  Para este tema  la mayoría no es decisiva.  Para otras elecciones, sí.  Por suerte nunca creímos en el sufragio universal ni en la soberanía popular.
 
Marcelo Domínguez consideró que en el caso estaba en juego “la dignidad del ser” y sostuvo que “el Estado —sea nacional o provincial— no puede sugerir, orientar o fomentar un credo, máxime en un sector vulnerable como el de los niños”.  No puede fomentar un credo —burda falacia, como dijimos— pero sí puede sugerir e imponer criterios explícitos para la conducta moral, puede cambiar la historia y falsificarla, puede atropellar la autoridad paterna y arrasar con los vestigios de pudor y sana costumbre que por gracia divina aún quedan en nuestra Patria.
 
No obstante, mal hacemos si creemos que la catolicidad en las escuelas se reduce a enseñar una materia, por más valiosa y prioritaria que fuese, como la cultura religiosa.  Para que una comunidad educativa —que eso es un colegio— sea católica no alcanza con que su nombre aluda a un santo, por recomendable que esto sea.  Una escuela es católica si el docente está dispuesto a testimoniar la verdad y morir por ella, si en la cátedra de la Cruz remata todo servicio a la verdad, si existe una verdadera arquitectura del saber reflejada en el orden y la primacía de las materias, si hay un sano desprecio por la burocracia inútil y un rescate de la pedagogía de los arquetipos, si tanto directivos, docentes y alumnos quieren en serio ser santos, si no hay complicidad sino desprecio frontal al mundo como enemigo del alma.
 
Jordán Abud
 

martes, 26 de junio de 2012

A los palafreneros de la yegua popular

LAMENTACIÓN DE LA ESPADA
  
Fue así la guerra y mi temible lumbre se convirtió por doquier en signo de la Majestad.
  
Aparecí como el sublime instrumento de la providencial efusión de sangre y en mi inconsciencia maravillosa de elegida del Destino, comulgué con todos los sentimientos humanos capaces de acelerarla.
  
Tengo sin duda el derecho de sentirme orgullosa, pues fui apasionadamente adorada.
  
Puesto que era la mensajera o la acólita del Señor Altísimo hasta en la presente iniquidad de mis vías, pronto se apercibieron que cumplía con una tarea divina y llegó el día en que el heroísmo occidental me dio precisamente la forma sagrada del instrumento de suplicio que me había sido preferido para la Redención…
  
Pero es tan repugnante lo que sucede en este siglo de roña, desautorizado por la misma canalla del infierno, que ya no sé dónde deberá empaparme el Exterminador un día para purificarme de los usos inauditos que de mí se han hecho. Me he convertido en el último recurso y en la amante fatídica de rufianes en litigio y de periodistas vendidos cuya purulencia espantaría a Sodoma.
  
Proyectos de hombres, microscópicos Judas, logrados quien sabe por qué fétidos ayuntamientos de viejos venenosos, no contentos con revolcarse recíprocamente sobre la cabeza sus almas de estiércol, aún se atreven a dirimir por mi intermedio sus querellas de lupanar.
  
Osan tocar con sus manos podridas, capaces de oxidar los rayos del día, la Espada de los Ángeles y de los Caballeros…
  
Y soy yo, la antiquísima Espada de los mártires y de los Guerreros, la empleada en esta tarea de albañal.
  
Pero que tengan cuidado, los palafreneros nocturnos de la yegua popular. Devoro lo que toco y apelaré de mí misma para castigar a mis profanadores.
  
Mis lamentos son misteriosos y terribles. El primero perforó los cielos y ahogó la tierra. El segundo hizo correr dos mil años de Orinocos de sangre humana, pero en el tercero, el de ahora, estoy a punto de recuperar mi forma primera. Voy a volver a ser la espada de llamas y los hombres al fin sabrán, para reventar de espanto, qué cosa es este remolino del que se habla en la Escritura.
  
León Bloy
  

lunes, 25 de junio de 2012

Mirando pasar los hechos

DOBLE PERPLEJIDAD
   
Comenta el diario “La Nación” (del 13 de junio de 2012) que el cardenal Arzobispo de Buenos Aires ha desautorizado la exposición  de objetos y reliquias de Juan Pablo II, que se inaugurará el próximo 29. El pronunciamiento califica como un escándalo que se haya fijado un arancel de entrada; relacionándose de tal modo la veneración de las reliquias con un acto comercial. Según se sabe la muestra está organizada por dos importantes museos: el del Vaticano y el Arquidiocesano de Cracovia.
    
Sin duda los ingredientes mezclados en la noticia provocarán sorpresa. Desde la inusual severidad desplegada en la ocasión, hasta el precio que lo provoca (de 25 a 50 pesos, según los casos), pasando por el significativo carácter de las entidades museológicas patrocinantes.
        
Frente a ello,  en  las salas del  Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) se desarrolla hasta el 2 de julio una  exposición sacrílega, sin que se conozcan condignas reacciones. Pese a la reincidencia en los rebuscados insultosa lo más sacrosantode un canalla enloquecido o poseso, con el patrocinio de la conocida institución que le da albergue.
  
REFLEXIÓN ADICIONAL
  
Aparte de este último escándalo, viene a la memoria aquel otrohorrible y no lejano que protagonizara un prelado del interior. Lo cual, pese a su enormidad vergonzosa, suscitó una reacción desconcertante: por lo amortiguada y limitada. Mucho peor, un párroco celoso de su ministerio hizo una referencia elíptica al caso, recordando tradicionales medidas canónicas… Lo que costó su inmediata remoción del cargo por orden de la Superioridad.
  
Casimiro Conasco
Junio de 2012
     

domingo, 24 de junio de 2012

Homilías selectas


SAN JUAN BAUTISTA


Hoy, 24 de junio, ocupa nuestra atención y meditación la figura de un gran santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia da la humanidad.

Me refiero al gran San Juan Bautista, elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar la llegada de la luz del mundo al pueblo que estaba sumergido en las tinieblas: “Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.

Con motivo de esta fiesta podemos considerar tres cosas:

1ª) la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó.

2ª) lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado.

3ª) la persona misma del Heraldo o Precursor.

1ª) En cuanto al momento en que se manifiesta San Juan, la sociedad a la cual predica se caracterizaba por la tibieza y las tinieblas.

Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos. “Sombras de muerte”, dice el pasaje evangélico que enmarca su misión.

2ª) Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que “El era la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”.

Y el mismo Jesucristo dirá: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida… Mientras estoy en el mundo, soy la luz de este mundo… Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas”.

Y más enérgica y significativamente agregará: “¡Fuego he venido a echar sobre la tierra, y cuánto deseo que ya esté encendido!”.

“¡Fuego!”, es decir: calor y luz… Ardor que calienta la tibieza…, y claridad que disipa las tinieblas.

El Verbo anunciado por San Juan Bautista era Vida, era Luz y era Calor, para un mundo, una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas… “sombras de muerte”.


3ª) “Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz”.

Con estas palabras caracteriza San Juan Evangelista al Precursor: testigo de la Luz… ¡Todo un programa!

Nuestro Señor dirá de su heraldo: “Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz…”.

Testimonio magnífico da Nuestro Señor de San Juan: “Él era antorcha ardiente y luciente”.

San Bernardo enseña que el lucir o brillar solamente, es vano… El arder solamente, es poco… ¡Arder y lucir es lo perfecto!

El ardor interno del santo luce fuera. Y, si no le es permitido ambas cosas, escogerá más bien el arder; a fin de que su Padre que ve en lo secreto, le recompense.

“Él era antorcha ardiente y luciente”. No dice “luciente y ardiente”, porque el esplendor de San Juan procedía del fervor, no el ardor del resplandor.

¿Queréis saber cómo ardió y lució San Juan?

Ardía:
en sí mismo, con la austeridad;
para con Dios, con íntimo fervor de piedad;
para con el prójimo, con una constante lucha contra el pecado.

Lucía:
con el ejemplo, para la imitación;
con el índice, señalando al Verbo, sol de justicia y luz del mundo;
con la palabra, alumbrando con ellas la obscuridad de los entendimientos.

Y podemos preguntarnos ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo?

Pues bien, el santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:

“La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”…

“Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció”…

“Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”…, dice el santo Evangelio…

Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la luz de esa sociedad.

“La luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas”.

Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.

Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte.

Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque nada en los placeres y el confort... o los codicia, si no los tiene...

Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la oscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones...

Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios…

Iguales males, con el agregado de veinte siglos de cristianismo. El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo… Es una apostasía…

Pero es importante y necesario saber que esto no siempre fue así.

Cuando llegaron aquí los conquistadores y los misioneros, encontraron una sociedad desprovista de Cristo y con esas enfermedades morales ya indicadas. Faltaba la Vida, la Luz y el Calor…

Con la llegada de los misioneros, las antorchas ardientes y lucientes, se iluminaron estas tierras, recibieron calor y cobraron vida…

Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida. Una densa oscuridad moral vuelve a cubrir estas tierras benditas por el paso de Jesús y María.

Esta mezcla de Cristianismo y Paganismo… Este credo en los labios con la incredulidad en la mente… Este Credo en las mentes con la sensualidad en el corazón… Este Cristianismo en las fórmulas con el materialismo en la vida…

Contra estas tinieblas nada vale… Ni la luz siniestra de dos guerras que han enrojecido la bóveda del cielo, ni la amenaza de una guerra peor aún, ni la guerrilla que iluminó con atentados el cielo patrio…

Es invulnerable la tiniebla de un cristianismo inerte, pobre, tibio… Sentimos que la religión agoniza junto a nosotros y seguimos jugando... En la hora de los martirios sabemos vivir indiferentes y alegres... Estamos desorientados, emprendemos mil caminos, escuchamos millares de voces que contrastan... No sabemos ya ni dónde andamos ni qué queremos...

En medio de esta crisis, que afecta principalmente a la religión y, correlativamente, a la sociedad temporal, Dios envió nuevamente algunos hombres, heraldos, antorchas ardientes y lucientes…

Y esos hombres, obispos, sacerdotes, religiosos, filósofos, intelectuales…, iluminaron, dieron calor a la sociedad; su acción llegó a casi todos los países del mundo, y la vida cristiana perseveró a su alrededor…, conforme a la consigna apocalíptica: Mantén lo que tienesGuarda lo que has recibido

¡Sí!, al igual que San Juan Bautista, de la misma manera que los Apóstoles y los misioneros, ellos anunciaron al Verbo de Dios hecho carne y se presentaron como antorchas para que el Cristianismo perseverase…

Es necesario que esas antorchas, ardientes y lucientes, no se extingan, sino que continúen guiando hacia Jesús, el Salvador y Redentor del mundo.

Son necesarias antorchas para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…

Necesitamos otros San Juan Bautista que como antorchas ardientes y lucientes nos guíen hacia Jesús...

¡Señor!, concédenos, por la intercesión de María Santísima, Estrella de la mañana, arder con el fuego de tu Caridad y lucir con la luz de tu Verdad…

¡Señor!, en esta hora trágica de la Iglesia y de la sociedad, no permitas que seamos tibios y temerosos; concédenos el fervor de San Juan Bautista; haznos arder con el fuego de tu Espíritu Santo a fin de que iluminemos a las almas… ¡y conservemos lo que hemos recibido!… ¡danos el coraje de ser santos!

¡Antorchas a encender, para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…!

viernes, 22 de junio de 2012

Novedad editorial

ACABA DE APARECER
    
ANTONIO CAPONNETTO:
   
LOS CRÍTICOS DEL
REVISIONISMO HISTÓRICO.

Volumen III

Buenos Aires,
UCALP-Instituto Bibliográfico Antonio Zinny,
531 páginas.
  
INDICE:
    
Introducción.
En defensa propia y del revisionismo
Confieso que he vivido.
Otras constataciones.
El caballo de Troya en el Revisionismo.
El pseudo revisionismo es la nueva historia oficial.
Entre dos fuegos: “profesionales” perplejos
y premiadores “revisionistas”.
Agradecimientos.
Capítulo I
Las impugnaciones de Bruno Jacovella
Hispanismo y Argentinismo.
El cuestionamiento del Nacionalismo.
Los ingredientes de la historia argentina.
La revisión del revisionismo.
Capítulo 2
El encono de Elías Giménez Vega
Una polémica mediación en el debate
 Rosa-Raed-Soarez de Souza.
Contradicciones inconcebibles.
Revisionismo y Rosismo.
Capítulo 3
La polémica Sulé-Galasso  
Las primeras objeciones de Sulé a Galasso.
Las primeras respuestas de Galasso a Sulé.
La segunda respuesta de Sulé a Galasso.
La segunda respuesta de Galasso a Sulé.
La tercera respuesta de Sulé a Galasso.
La última respuesta de Galasso a Sulé.
La mediación de Roberto A.Ferrero.
La mediación de Francisco José Pestanha.
Capítulo 4
El Revisionismo y su sombra  
Luis María Bandieri:la hipótesis del revisionismo apócrifo.
El espíritu de esquema.
La crítica disandrista.
El revisionismo del Padre Furlong.
Epílogo 
El Instituto Dorrego.
La falsa alternativa: Beatriz Sarlo, Luis A. Romero
y la Corporación de Historiadores.
 Un extraño giro en el Conicet.
Todo es lodo, lodo, lodo.
+ + + + +

Adquiéralo en:

Librería La Nave,
Luis Sáenz Peña 312,
Capital Federal,
T.E.: 4382-4547

Instituto Bibliográfico Antonio Zinny,
Tucumán 1958, 1º G y H,
Capital Federal,
T.E.: 4373-0901

Casa central de la UCALP
Calle 57, nº 936 (entre 13 y 14), La Plata
T.E.: 0221 422-280 / 439-3100 /
422-7100 int. 1130
Sede Bernal,
25 de mayo nº 51;
TE. 4364-9000

Librería Huemul,
Santa Fe 2237,
Capital Federal,
T.E.: 4822-1666,




Se agradece difundir
  

jueves, 21 de junio de 2012

Periodismo

DÍA DEL PERIODISTA Y
CORTEDAD DEL PERIODISMO
   
Hace pocos días se celebró, en virtud de esas hilarantes conmemoraciones que el calendario civil se obstina en promulgar, el “día del periodista”. Curiosamente, hay quienes todavía se sienten halagados de llevar un tal título, no apercibidos de que hace tiempo que «periodista» pasó de ser el enunciado de una profesión a un insulto, por más que frecuentes campañas orbitales pretendan alcanzar no ya la legitimación del bajo oficio, sino incluso —y con singular osadía— su enaltecimiento. Esta escenificación de la presunta dignidad del periodismo puede tener lugar, es claro, porque son los mismos periodistas, portadores del claxon, quienes se encargan de promoverla.
 
Difícilmente pueda hallarse una actividad más opuesta al suspenso admirativo: hace asiento en lo mudable y opta, de entre los múltiples datos que la realidad ofrece a colación, por aquellos que mayor índice de irrealidad aportan. Esto es: por lo deviniente sin más, por ese flujo potencial propio del tránsito del hombre por el mundo, pero intencionadamente desprovisto de toda orientación última. El periodista es, casi por definición, alguien que ni siquiera sospecha que la referencia obligada para la comprensión de lo cambiante está en la esfera de las realidades fijas, que hay leyes inmutables a las que las cosas transeúntes prestan su obediencia como en virtud de irresistible vocación.
 
No le pidamos al periodismo oficioso (conste no decimos oficialista), es decir, a aquel que se revela de inmediato como un mester de ganapán, de sofistas conchabados, ofrecernos una lección lúcida de las cosas que suceden. Perdido el hábito de rastrear en las cadenas causales, ajeno al menor atisbo finalista, en el mejor de los casos se le escaparán raeduras de verdades  mal comprendidas. Siempre parcializaciones y, las más veces, superfluidades que entecan el epos y extenúan de palabrería al ya menoscabado receptor. Como ocurrió —nimio ejemplo, uno entre miles— con la nota publicada el domingo 17 de junio en La Nación bajo el título de «Con amigos, de política mejor ni hablar», en que el autor cree descubrir América (mérito éste que les cabe, como es de todos sabido, a los jesuitas).
 
Constata, en efecto, el columnista, que «aunque aquella regla tácita de no hablar de política ni de religión en reuniones sociales es muy antigua (sic), lo cierto es que en los últimos tiempos se ha roto sin que nadie se lo hubiera propuesto». Y hace el sorprendente hallazgo de que el kirchnerismo desató pasiones a favor y en contra, y que en mesas de amigos, y en asados de familia, y en ámbitos sociales los más diversos, la opción o por o contra el gobierno ha terminado a menudo en riñas, y aun en consecuentes y penosos distanciamientos. ¡Caramba con la novedad! Cualquiera podría haber firmado pareja constatación hace ya varios años, casi desde que el finado cuervo patagón –que no pingüino- inició la aplicación vernácula, intestina, de aquella consigna de discutida atribución cesárea destinada a las colonias: divide ut regnes.
 
El firmante ofrece un muestrario de testimonios de la dilaceración social y entre otros transcribe, de uno que se define como “ultrakirchnerista”, la más imbécil apología que podía hacerse de nuestra tragedia, cuyo horrísono eco, por lo ordinario, lo hemos escuchado sin duda todos: «pasamos del “no nos metamos” a hablar todos de política». Hablar todos de política, se entiende, equivale a que unos nos desahoguemos conjurando por la palabra las cloacales acciones del gobierno, y otros encomien con indescifrable entusiasmo sus pestilentes detritus. Para hablar así, ¡ojalá no tuviésemos de qué hablar! Si el periodista hubiese tenido la intención, más que de descubrir el hecho archisabido de la ruptura social, de alertar sobre el inminente paroxismo al que nos lleva este programa ya largamente aplicado, no se le podría objetar nada. A no ser, claro, la obvia falta de encuadre teológico-moral para unos hechos que caen bajo la categoría de lo demoníaco. Pero tanto no se le puede pedir a un periodista. Ni siquiera en su día.
 
Para muestra de cortedades basta un botón, y no es ciertamente de los peores que pueden ofrecerse. Ni los paniaguados por los Kirchner ni los cebados por sus rivales empresarios, siempre intercambiables en el mercado laboral, pueden ofrecer un diagnóstico veraz de los hechos sociales y políticos: dialéctica de enanos que, con el fuelle, atizan la fosca niebla para todos sus compatriotas. Pensemos, si no, en la ridícula imputación de “nacionalista” que el gobierno recibe de sus adversarios.
 
Chesterton, entre otros, conoció la dignidad de ese otro periodismo, el no rentado. Supone éste esa disposición, por definición humilde, a ejecutar el necesario acto saneador que alguien tiene que afrontar, como el de quien rasca el hollín de la chimenea, barre el piso o limpia el inodoro después de haberse ocupado en menesteres más elevados. Y al que podría aplicársele, por tratarse de un gesto de natura munífica, esa exquisita doctrina sobre la limosna que consta en la Escritura: «la limosna libera de la muerte, y es ella la que purga los pecados, y atrae la misericordia y la vida eterna».
   
Flavio Infante
     

martes, 19 de junio de 2012

Marineras


RÉQUIEM PARA LA ARMADA
  
En las páginas del Quijote hay momentos en que algunos personajes cuentan las historias de sus sueños adentro de otros sueños, experiencia que lejos de preocupar al lector, lo deslumbra, por la singular belleza de esa novela y porque sabemos que en el fondo somos partícipes de una ficción, ya que de eso se trata la literatura.
  
Algo distinto, y por supuesto más inquietante, sucede cuando en un país, la realidad no se puede diferenciar de la impostura, o cuando los sueños, aún los más deformes y perversos se apoderan del poder y del estado.
  
Hace apenas unas horas Cris, la desquiciada según el expresivo editorial de Cabildo, dispuso homenajear al marino Devoto, desaparecido en los setenta después de haber entregado a los montoneros —para que lo mataran— al camarada, capitán Bigliardi, del que además era amigo.
   
Nos apresuramos en aclarar que nada justifica la desaparición de Devoto, hecho que resulta por lo menos tan incalificable, como la traición de la que este había sido capaz. Con algún retraso y tal vez continuando una antigua costumbre en la materia, Cris, decidió entregarle a la familia Devoto las treinta monedas de plata y otorgarle un ascenso póstumo.
  
No es la primera vez que el estado K distingue a militares, actores o cómplices, del terrorismo setentista, recordamos entre otros los casos de Cesio y de Urien restituidos, acaso, por el dudoso mérito de la traición o el asesinato.
  
Se dijo que la inapreciable ventaja de los montoneros es la de pertenecer al pasado, y que por eso se los puede admirar sin peligro.
  
No es la primera vez tampoco, que  las victimas de la furia terrorista —ni sus familias como ahora el caso de Bigliardi— son dejados de lado. Para ellos no hay homenajes ni condecoraciones, al punto que ni siquiera son nombrados, como si el crimen no hubiese existido o el hecho no tuviera relevancia ninguna como para ser recordado.
  
En definitiva obran siguiendo la tesis de Baudrillard: “lo real es un estado inestable, pues todo eso ha sido deconstruído, al igual que la verdad, que no es sino una eterna impostura”.
  
Nosotros, en cambio estamos convencidos de que los K son la impostura, y no eterna por cierto y por suerte. Pero alucinante de verdad fue, que en la foto del acto, no estaban solo los conchabados de La Cámpora. No, la imagen mostraba a un grupo de almirantes, vestidos con sus uniformes, dando una demostración contundente de conformidad con el homenaje a Devoto y al embajador terrorista Bettini, también presente en el acto y ejecutor de los disparos contra Bigliardi.
  
De haber visto la escena, un amigo, que ya no está, hubiese preguntado enseguida: ¿quién es peor? ¿El contrario, el que está enfrente y te dispara, o el camarada, el que debiendo estar a tu lado, cruza la vereda y se acomoda tranquilo donde están los que te matan…?
  
No podemos dejar de pensar ni por un segundo que esos tipos, a los que equívocamente llamaríamos sus camaradas, han muerto, otra vez, al capitán Bigliardi y agraviaron el íntimo dolor de su familia y de sus verdaderos amigos, en un acto abominable que en algún momento, merecería una justicia implacable.
  
Cuando ocurrió el incendio del Irízar, comentamos el caso de su capitán que desobedeciendo órdenes y después de poner a salvo a la tripulación, quedó solo, a bordo de su barco que se incendiaba, sin motores, sin electricidad, sin timón, y permaneció porque sabía que su deber le señalaba salvaguardar su nave. Preferimos no decir más, porque mete miedo contrastar a los de la foto, con los cercanos ejemplos heroicos de Malvinas, tal el caso conocido e impresionante de Giachino, ó el de Owen Crippa, el marino que volando solo en un avión de entrenamiento, encontró a la fragata Argonaut, en medio de la flota inglesa y la hundió.
  
Mientras tanto los K, habituados a vivir dentro de ese odio viscoso y repulsivo, en estos días iniciaron otro operativo: “Bajemos la placa de la infamia de la Cámara del Crimen”, con la idea de quitar la placa en memoria del juez Quiroga, asesinado por terroristas. Una vez más el caído es el condenado, o sea “la infamia”, y sus asesinos “juventud maravillosa”.
  
Tal vez por repasar estos hechos, a pesar del hondo cielo azul de esta tarde cálida de junio, mientras intento escribir estas líneas, resulta casi imposible conservar la serenidad. Es que pesan como un mundo, los años que llevamos conviviendo con este supremo extravío, que ha logrado irritarnos hasta enfurecernos y no son pocas las veces, como en este momento, que nos sentimos identificados con aquel: “hambre de tempestad” del que hablaba Dante.
  
Nuestra Argentina es apenas una sombra herrumbrosa de lo que fue. De alguna manera, casi toda la asquerosa enfermedad de la patria podría quedar simbólicamente expuesta por ese acto y por esa foto. Mientras tanto un olor profundo y perverso parece impregnar el ambiente. Los marinos de la foto han conseguido por estos días, que el aire, sea aún más irrespirable.
  
Miguel De Lorenzo
   

lunes, 18 de junio de 2012

Como decíamos ayer

ESTAMOS EN DEMOCRACIA (1)
  
  
La intranquilidad en el desorden
  
En los días que corren es ya un penoso lugar común aludir a la inseguridad pública en que se vive. Los medios masivos de comunicación, pese al rígido control oficial al que están sujetos, no pueden evitar las noticias delictivas que se suceden periódicamente y desbordan los cauces habituales. Delitos cuya perversión y crueldad no reconocen mayores antecedentes locales, y cuya frecuencia, modalidad y autoría hablan a las claras de una degeneración creciente y de una impunidad alarmante. Sin necesidad de abundar en detalles, cualquier observador advierte que la situación es virtualmente inédita y que nunca como ahora la corrupción y el vicio campearon tan libremente, sin límites ni frenos. Las consecuencias han empezado a sentirse no sólo en el estado de acobardamiento de la población, consciente de que puede ser víctima de los peores atropellos con escaso o ningún margen de defensa, sino también en la vulnerabilidad de las fuerzas del orden, las cuales, siendo el blanco predilecto de las agresiones, están inmovilizadas moral y jurídicamente por la malhadada ética oficial de la no represión. Las cosas están torcidas de tal modo que lo único reprimido es la legitimidad de reprimir. Las garantías privilegian a los victimarios, el repertorio de derechos. a los culpables, y la sanción social —alimentada por los mass media— se dirige contra cualquier hombre de las fuerzas de seguridad que apele a la razonable metodología de la pólvora. La inhibición policial es cada vez más notoria, y si sus cuadros son sobrepasados por los maleantes no es tanto por la superioridad que da la sorpresa y la imprevisibilidad de los ataques, sino por la parálisis espiritual y el desgano vocacional de las instituciones armadas, objeto de cuantas calumnias y desprestigios se han lanzado a rodar deliberadamente. Se registra en ellas una tácita aunque generalizada sensación de nadar contracorriente, en una sociedad que pasa cada vez más indiferente y comprensiva ante los exponentes de todas las mugres y lacras, pero que está pronta a zaherir, a enjuiciar o a insolentarse contra quienes representan el cuidado del orden. Si por acaso de las circunstancias, los malvivientes llegan a prisión, salen a poco de ingresar, amparados en un laberinto de disposiciones absurdas o en la misma indigencia en que se encuentran las estructuras castrenses. Y en rigor, la detención tampoco ofrecería un control definitivo, habida cuenta del récord de amotinamientos y fugas, cuando no de la supresión o acortamiento de penas. La indefensión, en suma, se ha hecho norma y hábito; La intranquilidad en el desorden la mejor prueba de que la mentada paz ni existe ni es posible en el caos. La injusticia general es el resultado.
  
La culpabilidad del Régimen
  
No pudiendo tapar la realidad, los personajes del oficialismo han balbuceado explicaciones. Ninguna de ellas convincente, por cierto, y contradictorias casi siempre, terminan apelando a la logomaquia y la vanilocuencia en la que son peritos consumados. Muchas de sus declaraciones moverían a risa si mientras ellas ocurren no estuviera muriendo alguno, atacado a mansalva en cualquier tren o en algún recodo de su camino habitual. Las explicaciones del Régimen buscan salvar su responsabilidad, minimizar los males y diferir los deberes y los cargos. Pero la verdad es que agotada la argumentación de la “mano de obra desocupada” u otras similares, el patoterismo no se perfila como resabio de ningún autoritarismo sino como asomo del recuperado estado de derecho. La delincuencia es el otro nombre de la democracia. Se dirá que tales males existían ya en tiempo del Proceso. La verdad es que como aparecen hoy no los vimos con anterioridad aún con gobiernos civiles. Pero valga recordar que aquel período procesalista no solo no fue la negación de la democracia sino que constituyó la antesala de su funcionamiento “moderno, eficiente y estable”. Fue su objetivo declamado y buscado, como esto es su continuidad lógica acentuada. Proceso y Alfonsinismo no sólo se encuentran en Rockefeller sino también en la intangibilidad de un Timerman y en la preservación de las causas y los agentes de la subversión cultural.(2)
  
Entre tanto, los ideólogos que nos decían que los males de la libertad se curan con más libertad, deberán reconocer que la dosis no fue precisamente curativa. Los que auspiciaban una alborada de sosiego después de la “dictadura”, convendrán que ya son muchos los que recuerdan que otrora, al menos, cada uno bajaba del ferrocarril voluntariamente. Los que insisten en señalar estos sucesos como remanentes del pasado golpista, tendrán que aceptar la insuficiencia del actual sistema para acabar con ellos, y sobre todo, con los golpes en la acepción literal del término. Los que inoportunamente insistan en alegar que tales sucesos son nuevos, serán acusados de conspiradores, o bien castigados con la pena de regresar solos a sus domicilios después de las 22 horas; y los que disculpan todo alegremente como alborotos propios de la restablecida civilidad, hallarán que los numerosos damnificados de tales repúblicos alborotos, no pudieron preservarse de las heridas con ningún gorro frigio, Los otros, que como parte del camino de reconciliación nos predicaban que “no se puede ceder en la defensa de la libertad aún con los peligros que ello encierra” porque “la soberanía de una nación es según la medida de la libertad de sus ciudadanos”, tendrán que instruirnos con prontitud con alguna Pastoral del Andén para que aprendamos a sobrellevar píamente los peligros y los riesgos en aras de la estabilidad constitucional.
  
Pero no hay más explicación que la ya dada en tantas ocasiones desde estas mismas páginas: esto es la democracia; esto es su funcionamiento y su plenitud, no su patología o sus debilidades. Esto es el resultado del permisivismo y del hedonismo propuestos como estilo de vida, de la liberación declamada, del desenfreno consentido, de la impudicia ostentada, de la blasfemia difundida, de la irreligiosidad elevada al rango de los valores normativos, del pedagogismo muchachista, del culto irresponsable por lo horrible, por el todo vale, por la demencia como éxtasis, la iracundia como catarsis y la promiscuidad como conducta. Esto es el resultado de la pornografía tolerada, de la aquiescencia para con tantas repugnancias, de la homologación de los invertidos con los hombres de bien, del anarquismo acertado cual opción y costumbre, de la basura rockera impuesta como folklore nacional con su carga explícita de virulencia endiablada y obscena. Eso es el resultado de la vista gorda y de la manga ancha ante tanto asco público y notorio; de tanta venia a la marginalidad y a las modas desquiciantes, de tanto elogio “maduro” a la eliminación de la censura cinematográfica como el que editorializó “La Nación” del 25 de enero en su balance de la gestión Gorostiza, tal vez por no haber releído las importantes declaraciones que le publicara trece días antes a María Elena de las Carreras, quien renunció a su puesto en la Comisión Asesora de Exhibiciones Cinematográficas denunciando entre otras verdades “el mal que le está haciendo a la minoridad la permisividad actual”.
  
Más todo esto que señalamos es, obviamente, el resultado de que gobiernen los abogados de la guerrilla, los colocadores profesionales de bombas, los cancilleres de la pederastía, los defensores del destape, los agentes de los organismos marxistas, los turiferarios de la contracultura, los novelistas de baratijas y ruindades, los promotores de la revuelta estudiantil, los periodistas, cantautores y actorzuelos de la decadencia, los que han “seducido a la hija de un portero” o invertido la Cruz sacrílegamente, los artífices de la rebelión de la nada y los desvergonzados hacedores de papelones. Gobierno de los peores no puede generar virtudes cívicas. La oclocracia repele la aristocracia como a su opuesto irreconciliable.
  
“Satán al poder”
  
Esos jóvenes que asaltan, saquean y violan, esos menores que drogados y alucinados cometen cobardemente las peores tropelías, esas barras depredadoras y asesinas, responden al criterio del ¿por qué no? que bien señalaba Gambra como síntoma de la insensatez moderna. ¿Por qué no he de hacer, decir, pensar, experimentar y desear lo que me plazca?, ¿por qué no he de realizar para mi gusto, satisfacción, deleite, pesadilla o capricho lo que se me de la gana?, ¿por qué no he de inventar infinitos por qué no, hechos a mi medida y arbitrariedad?, ¿por qué no, silo único prohibido es prohibir?, como repiten sin saber que desnudan así su esclavitud a las pasiones. Pero este ¿por qué no? es la premisa y el banderín de la democracia. Los derechos del yo, el imperativo categórico, la autosuficiencia del juicio individual, la razón del éxito y del número, el antropocentrismo, el no estar obligados a nada, el “laissez faire, laissez passer”, la bondad natural, y el no tener que rendirle cuentas a nadie después de la muerte. Si el ¿por qué no? del liberalismo todavía conservó ciertas fronteras para asegurar su supervivencia, el de la socialdemocracia ya no puede hacerlo, entrampada como está en su dialéctica de la apariencia sin ser y en el afán de profundizar la Revolución Permanente. Por eso resulta estúpido que se quiera combatir tanto daño pidiendo documentos a los “sospechosos” en la vía pública. Es como atacar al Partido Comunista y programar un viaje a la Unión Soviética… o como haber llamado imberbes en Plaza de Mayo a quienes se entronizaba con pilosidades y todo en los despachos oficiales. La Revolución se come a sus propios hijos, y un día el ¿por qué no? se lo preguntarán frente a los cadáveres de quienes les enseñaron el fatídico interrogante.
  
La historia de la marginalidad y la delincuencia juvenil, es la historia de aquellos países que nos han precedido en la consumación de la socialdemocracia. Hipsters, beatniks, blouson noirs, teen-agers, outsiders, rockers, teppisti, black rumblers, halbstarken o como quiera que se los haya llamado, revelan una idéntica situación de putrefacción y prostitución del Orden Natural en la Ciudad. Aquí y ahora, no termina de acostumbrarnos. Mañana serán parte del paisaje, sus aberraciones seguirán en aumento y como en aquellas pobres naciones apóstatas degeneradas material, espiritual y hasta racialmente, aparecerán los teóricos del pluralismo que legitimen su existencia y su fisonomía porque estamos en democracia. El programa del envilecimiento argentino ha logrado instalarse en los meandros mismos de la sociedad y de sus gobernantes. Los planificadores del resentimiento y del nihilismo saben bien lo que hacen, y el mercado de miserabilidades les deja además buenos dividendos.
  
Hace unos días, en la última semana de enero, los periódicos narraban como uno de los tantísimos ataques patoteros se había consumado tres veces consecutivas al grito enajenado y terrible de ¡Satán al poder! Lastimaron seriamente a hombres humildes, en horarios normales, sin robarles nada, por el solo afán de agredir. Sus vestimentas, apodos y poses reiteraban —con esa uniformidad que dicen detestar pero en la que caen maniáticamente— las del mundillo de los punks con todo su vaho canallesco y bastardo. No son emergentes de la represión sino de los defectos de la misma. No son hijos de la censura sino de su ausencia. No son efectos del “país jardín de infantes” sino de la república prostibularia de los festivales de rocks, de los comités y de las pintadas insultantes en los templos.
 
Pero aún siendo coherentes con sus gritos arrebatados, ignoran esos infelices que no necesitan postular la candidatura de Satán. Hace rato que se enseñorea sobre esta tierra y la destruye. Hasta que en el nombre de Dios y de la Patria, por nuestros padres y por nuestros hijos, nos decidamos a forjar con sangre ese “paraíso difícil, vertical, implacable”, que “tenga junto a las jambas de la puerta, ángeles con espadas”.
  
Antonio Caponnetto
  
Notas:
(1) El siguiente artículo fue publicado en “Cabildo” Nº 97, Segunda Época, Año X, perteneciente al mes de febrero de 1986. Algunos párrafos fueron transcriptos con anterioridad en este Blog; ahora lo posteamos completo.
  
(2) Hemos escrito muchas veces en aquellos años alertando y denunciando la subversión cultural y moral, así como sobre las consecuencias que acarrearía su continuidad y radicalización. Recordamos, por la particular inquietud que nos causó su lectura, un comentario bibliográfico a un libro de Ernesto Cadena en el que indicábamos la amenaza de esta violencia marginal de los “punks” y otras modas underground (cfr. “Cabildo”, Segunda Época, julio de 1980, Año V, Nº 35, pág. 33). No fue la única vez y, como es de rigor, el Nacionalismo abundó en anticipaciones que quienes debieron escuchar no escucharon. Valga recordar también que en 1979, Enrique Díaz Araujo publicó su valioso trabajo “La Rebelión de los Adolescentes”, cuyo contenido alcanza hoy un alto tono realista y prefigurador de los males que vivimos.