jueves, 21 de junio de 2012

Periodismo

DÍA DEL PERIODISTA Y
CORTEDAD DEL PERIODISMO
   
Hace pocos días se celebró, en virtud de esas hilarantes conmemoraciones que el calendario civil se obstina en promulgar, el “día del periodista”. Curiosamente, hay quienes todavía se sienten halagados de llevar un tal título, no apercibidos de que hace tiempo que «periodista» pasó de ser el enunciado de una profesión a un insulto, por más que frecuentes campañas orbitales pretendan alcanzar no ya la legitimación del bajo oficio, sino incluso —y con singular osadía— su enaltecimiento. Esta escenificación de la presunta dignidad del periodismo puede tener lugar, es claro, porque son los mismos periodistas, portadores del claxon, quienes se encargan de promoverla.
 
Difícilmente pueda hallarse una actividad más opuesta al suspenso admirativo: hace asiento en lo mudable y opta, de entre los múltiples datos que la realidad ofrece a colación, por aquellos que mayor índice de irrealidad aportan. Esto es: por lo deviniente sin más, por ese flujo potencial propio del tránsito del hombre por el mundo, pero intencionadamente desprovisto de toda orientación última. El periodista es, casi por definición, alguien que ni siquiera sospecha que la referencia obligada para la comprensión de lo cambiante está en la esfera de las realidades fijas, que hay leyes inmutables a las que las cosas transeúntes prestan su obediencia como en virtud de irresistible vocación.
 
No le pidamos al periodismo oficioso (conste no decimos oficialista), es decir, a aquel que se revela de inmediato como un mester de ganapán, de sofistas conchabados, ofrecernos una lección lúcida de las cosas que suceden. Perdido el hábito de rastrear en las cadenas causales, ajeno al menor atisbo finalista, en el mejor de los casos se le escaparán raeduras de verdades  mal comprendidas. Siempre parcializaciones y, las más veces, superfluidades que entecan el epos y extenúan de palabrería al ya menoscabado receptor. Como ocurrió —nimio ejemplo, uno entre miles— con la nota publicada el domingo 17 de junio en La Nación bajo el título de «Con amigos, de política mejor ni hablar», en que el autor cree descubrir América (mérito éste que les cabe, como es de todos sabido, a los jesuitas).
 
Constata, en efecto, el columnista, que «aunque aquella regla tácita de no hablar de política ni de religión en reuniones sociales es muy antigua (sic), lo cierto es que en los últimos tiempos se ha roto sin que nadie se lo hubiera propuesto». Y hace el sorprendente hallazgo de que el kirchnerismo desató pasiones a favor y en contra, y que en mesas de amigos, y en asados de familia, y en ámbitos sociales los más diversos, la opción o por o contra el gobierno ha terminado a menudo en riñas, y aun en consecuentes y penosos distanciamientos. ¡Caramba con la novedad! Cualquiera podría haber firmado pareja constatación hace ya varios años, casi desde que el finado cuervo patagón –que no pingüino- inició la aplicación vernácula, intestina, de aquella consigna de discutida atribución cesárea destinada a las colonias: divide ut regnes.
 
El firmante ofrece un muestrario de testimonios de la dilaceración social y entre otros transcribe, de uno que se define como “ultrakirchnerista”, la más imbécil apología que podía hacerse de nuestra tragedia, cuyo horrísono eco, por lo ordinario, lo hemos escuchado sin duda todos: «pasamos del “no nos metamos” a hablar todos de política». Hablar todos de política, se entiende, equivale a que unos nos desahoguemos conjurando por la palabra las cloacales acciones del gobierno, y otros encomien con indescifrable entusiasmo sus pestilentes detritus. Para hablar así, ¡ojalá no tuviésemos de qué hablar! Si el periodista hubiese tenido la intención, más que de descubrir el hecho archisabido de la ruptura social, de alertar sobre el inminente paroxismo al que nos lleva este programa ya largamente aplicado, no se le podría objetar nada. A no ser, claro, la obvia falta de encuadre teológico-moral para unos hechos que caen bajo la categoría de lo demoníaco. Pero tanto no se le puede pedir a un periodista. Ni siquiera en su día.
 
Para muestra de cortedades basta un botón, y no es ciertamente de los peores que pueden ofrecerse. Ni los paniaguados por los Kirchner ni los cebados por sus rivales empresarios, siempre intercambiables en el mercado laboral, pueden ofrecer un diagnóstico veraz de los hechos sociales y políticos: dialéctica de enanos que, con el fuelle, atizan la fosca niebla para todos sus compatriotas. Pensemos, si no, en la ridícula imputación de “nacionalista” que el gobierno recibe de sus adversarios.
 
Chesterton, entre otros, conoció la dignidad de ese otro periodismo, el no rentado. Supone éste esa disposición, por definición humilde, a ejecutar el necesario acto saneador que alguien tiene que afrontar, como el de quien rasca el hollín de la chimenea, barre el piso o limpia el inodoro después de haberse ocupado en menesteres más elevados. Y al que podría aplicársele, por tratarse de un gesto de natura munífica, esa exquisita doctrina sobre la limosna que consta en la Escritura: «la limosna libera de la muerte, y es ella la que purga los pecados, y atrae la misericordia y la vida eterna».
   
Flavio Infante
     

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Narciso Binayán Carmona, Jaime Potenze, Ulises Barrera, etc. fueron pocos, pero fueron periodistas y primero señores, mas allá de sus ideas, que no juzgo. Es tal la bajeza actual del periodismo argentino que Grondona y Neustad aparecen en el recuerdo como "serios" o por lo menos gente que sabía leer y escribir y expresarse y en el caso de Neustad, con cojones (equivocado o no)lo que es mas raro todavía. Nunca debe olvidarse que el periodismo, la prensa, la radio y la televisión forman parte del mundo del entretenimiento, no otra cosa y esto fue siempre así, sin excepciones. En el mundo de habla inglesa este concepto esta mas claro y muchos grandes artistas al ser preguntados no r4sponden como en el mundo latino "soy un artista" sino mas bien "pertenezco al mu8ndo del entrenimiento".Esta respuesta es mas bonesta y real.
CD

Anónimo dijo...

En la Argentina casi no hay periodismo y si mucho mierdiorismo.